Respuesta a Carlos Matienzo
Raudel Ávila contesta el ensayo reciente de Carlos Matienzo titulado "La derecha a la espera del PAN", a propósito del relanzamiento de ese partido este fin de semana.
El viernes se presentó en Disidencia uno de los mejores textos que ha publicado este portal. El ensayo de Matienzo sobre el PAN y la derecha, que usted puede leer aquí, es una de las más sobresalientes piezas de reflexión que se han escrito sobre un partido político mexicano en años recientes. Es inteligente y tiene una propuesta concreta. Se ve que es fruto de una meditación de largo aliento desde una perspectiva ideológica con la cual él se identifica.
Ahora bien, desde mi perspectiva, el texto se equivoca en casi todo lo importante. No por mala fe ni por estrechez de miras, como ha ocurrido con la mayor parte del análisis político liberal desde que ganó López Obrador, sino por un exceso de idealismo. En otras circunstancias, el idealismo de Matienzo me entusiasmaría. En la coyuntura presente, esa propuesta idealista me resulta ingenua, cuando no peligrosa.
Sintetizo mi crítica en cinco aspectos que a continuación desarrollo:
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1.- La filosofía política como sustento de la acción electoral está destinada a fracasar.
Bien sé que la mayoría de los intelectuales y analistas políticos mexicanos creen que la filosofía política tiene algo que ver con la política electoral real. En gran medida, por eso no han sido capaces de interpretar el éxito del obradorismo en más de siete años. He dedicado mi carrera profesional en el análisis político a demostrar que la filosofía política no es un activo electoral, por lo menos no en México.
Matienzo despliega una erudición elogiable y digna de un curso académico de posgrado con citas de Burke, Oakeshott y Scruton. En mi muy personal predilección, hizo falta la incorporación de The Conservative Sensibility de George F. Will y The Conservative Mind de Russell Kirk, pero en gustos se rompen géneros. Lo importante es que la mejor filosofía política del universo no va a ganarle votos al PAN, a no ser en un círculo estrechísimo de esnobs que de por sí ya votan por ese partido. Si lo que quiere es ganar la dirección del departamento de ciencia política de una universidad privada, la propuesta de Matienzo es la correcta.
Si quiere que los rancheros del Bajío, los ganaderos del norte del país, o los boleadores de zapatos de la capital vuelvan a votar por el panismo, esos temas no podrían importarles menos. Baste recordar que Vicente Fox, el más popular de los candidatos nacionales que ha postulado el PAN, era todo menos un hombre culto. En la tradición de Reagan, era una figura carismática prácticamente analfabeta, pero infinitamente más hábil para la política que la suma de todos los académicos de filosofía política en el mundo de habla hispana.
Más aún, si a Matienzo le interesa captar votos de los segmentos marginadísimos del sur de México, y hacer que el PAN exista, ya no digamos gane elecciones, en Oaxaca, Chiapas o Guerrero, necesitará mucho más que hablar del pacto generacional de Burke.
2.- El conservadurismo y los pobres.
Matienzo descarta abiertamente la cuestión económica como factor explicativo del obradorismo, pero omitir ese aspecto impide una comprensión cabal de la invencible hegemonía morenista en el sureste mexicano. Rehusarse a ver la pobreza y la miseria que le resultó irrelevante al liberalismo mexicano en los últimos 30 años facilitará la consolidación de Morena durante todo el siglo XXI. La brutal insensibilidad social de los liberales mexicanos que todavía hoy afirman ufanos que la desigualdad no es un problema, cuando hasta el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial (a quien nadie puede acusar de socialistas) la reconocen, es de verdad insultante.
Estamos hablando de estados donde todavía existe el analfabetismo, nada menos. Matienzo se refiere de paso a la necesidad de una derecha social, pero su texto no ofrece ninguna sugerencia a ese respecto. No hace falta sino visitar cualquier población en la sierra chiapaneca o en el campo tabasqueño para observar condiciones de vida similares a las del siglo XIX, cuando no más antiguas. Deseo y espero que mi amigo desarrolle el tema en un texto futuro, pues sus repercusiones electorales para el PAN y eso que él llama la derecha mexicana, son infinitamente más amplias que las de la filosofía política de Scruton.
Matienzo invita a superar la caricatura del panista como elitista, clasista o incluso racista pero no propone vías para ello. ¿Qué oferta de Modernidad le haría Matienzo a los indígenas mexicanos? La palabra indígena creo que ni aparece en su texto. ¿Más de dos docenas de millones de personas que se identifican como indígenas en México se sentirán satisfechos con un proyecto liberal o conservador al estilo de las democracias occidentales? Digo mal, al estilo de las democracias occidentales del siglo XX, pues hoy en esos mismos países, el liberalismo clásico ha naufragado.
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3.- La guerra cultural.
Cuando la izquierda mundial vio que empezaba a perder todas las batallas económicas y no podía nada frente a la creciente desigualdad propia de la evolución capitalista de finales del siglo XX, se concentró en cuestiones culturales. Si los obreros viven cada día peor o incluso ven desaparecer su forma de vida y su fuente de sustento como resultado de la extinción de los sindicatos, luchemos por la reivindicación de su identidad étnica, pensó la izquierda.
En México, si no podemos lograr que los indígenas lleguen a estudiar una licenciatura, celebremos sus antiliberales usos y costumbres. Que vendan a sus hijas si así lo desean, debemos respetar una cultura ancestral. Eso nos ordenan con aires de superioridad moral los izquierdistas contemporáneos.
La tendencia alcanzó extremos tan desconcertantes y polémicos como la participación de transexuales en las competencias deportivas de mujeres. También ofreció derivas ridículas y patéticas como el lenguaje incluyente. Eso es la izquierda del siglo XXI, algo así como el índice de cualquier número de la revista Nexos en la actualidad.
Toda esta involución de la izquierda ha sido puntualmente analizada por Yascha Mounk en su libro The Identity Trap o por Susan Neiman en Left Is Not Woke. A esto, Matienzo no opone la defensa del universalismo liberal o siquiera el universalismo del Estado de bienestar socialdemócrata, sino una extrañísima mezcla de libertarismo, liberalismo y conservadurismo. De nuevo, filosofía política contra problemas prácticos.
Me pregunto si tantas mujeres estarían dispuestas a grafitear monumentos históricos y destruir locales de comercios durante su marcha anual si en México no hubiera feminicidios o se les pagara el mismo sueldo que a los hombres. O simplemente dejara de perseguírseles moral, política o jurídicamente por abortar. Podríamos empezar por ahí, sin necesidad de profundizar las grietas culturales y la polarización. La palabra vandalismo, nos recuerda Mary Beard, la gran especialista en historia romana, nació de una injusta estigmatización de la tribu de los vándalos, quienes saquearon Roma en represalia por las interminables agresiones romanas. A partir de entonces, se asoció a los vándalos con toda práctica violenta, pero la burra no era arisca, la hicieron.
Considero que Matienzo comete un error que todos los de mi generación hemos cometido. Para elogiar a un amigo político suyo (Álvarez Máynez) incurre en generalizaciones sin sentido. Dice que Máynez fue el único que supo identificar la guerra cultural como factor electoral en las campañas presidenciales de 2024. Vaya cosa. Primero, me resulta francamente difícil de creer que eso le reportara beneficios electorales a Máynez. No conozco números desagregados, a lo mejor me equivoco. Yo pensaría que Máynez obtuvo un porcentaje del voto respetable por dos razones: la primera era el limitadísimo atractivo y el nulo carisma de las dos candidatas presidenciales el año pasado. La segunda, su capacidad para captar temas materiales que ninguna de las dos, mujeres de una generación mental, biológica, e intelectualmente avejentada en sus referentes (todos propios de un mundo que ya no existe), trató con seriedad: la crisis de vivienda para los jóvenes, el cambio climático, la inteligencia artificial o la inexistencia de un esquema de pensiones para los jóvenes.
Pero la parte de la guerra cultural no me queda clara, querido Matienzo. Fue el mismo Máynez quien impulsó el proyecto de las Morras Chilangas en la Ciudad de México, un estrepitoso fracaso electoral para el partido Movimiento Ciudadano en la ciudad más progresista del país. En otras palabras, ese feminismo ultra belicista del wokismo no le reportó votos. ¿Por qué supones que la guerra cultural atraerá votos a la derecha o al panismo? Xóchitl Gálvez no perdió estruendosamente por ser “una candidata de izquierda” (sic) como tú dices. Gálvez fue derrotada aplastantemente porque su candidatura y su campaña no dispusieron de estructuras de movilización real. Nadie convenció a sus vecinos de votar por ella. ¿Tú lo hubieras hecho? Yo tampoco. En absoluto.
4.- Las estructuras electorales.
Cuando uno habla con muchos panistas de cualquier época o región, dicen que el priísmo nunca ganó una sola elección. Que siempre cometió fraude. No se puede discutir con esa postura ridícula. Es muy similar y está directamente emparentada con la posición absurda del liberalismo mexicano de que apelar a una estructura electoral es una forma de corporativismo estatista inadmisible. La increíble falta de realismo político de los liberales mexicanos en nuestro tiempo es desesperante. Durante décadas, el priísmo ganaba todas las elecciones sin necesidad de recurrir a fraudes porque era el único partido con estructuras electorales a su disposición. CNC, CTM, CNOP, todo eso que indigna al liberalismo convencional, pero que fueron mecanismos de representación popular genuina. No es un invento del subdesarrollo mexicano, como les gusta insinuar a nuestros intelectuales.
Durante décadas, el Partido Demócrata en Estados Unidos dependía de estructuras de movilización tan famosas como Tammany Hall, y los partidos laboristas de Inglaterra, Escocia, Australia, Nueva Zelanda dependían de los sindicatos para su éxito electoral. Lo mismo el partido liberal en Canadá y en Japón. Desde la derecha, el Partido Republicano de Estados Unidos, Conservador de Inglaterra o el Demócrata Cristiano en Alemania dependían sustancialmente de organizaciones religiosas con capacidad de movilización: iglesias bautistas, adventistas, luteranas, católicas, organismos patronales, empresariales, colegios de profesionistas, clubes de filantropía, asociaciones de padres de familia y otras agrupaciones de la clase media.
Sólo en México el PAN, los liberales y los académicos creen que las elecciones se ganan con votos de una suma de individuos que voluntariamente acuden a las urnas un domingo por la mañana. Hay que ser ingenuo. Una institución sin estructuras de movilización electoral no es un partido político, sino un club de aficionados al análisis o una reunión del comité editorial de Reforma, acaso una mesa de discusión de Latinus.
Hoy, el único partido político con estructuras electorales reales a escala nacional en México es Morena. Compradas, cooptadas, robadas, corrompidas, financiadas ilegalmente con presupuesto público y todo lo que se quiera, pero son estructuras realmente existentes que operan todos los días, especialmente fuera del período electoral. Mientras el PAN, o cualquier fuerza de oposición no disponga de esas maquinarias electorales adecuadamente aceitadas, no será competitivo. Importará muy poco la filosofía política, la oferta electoral, el carisma de los candidatos sin esas estructuras.
Llama la atención que hayan olvidado tan pronto los panistas que su primera victoria presidencial requirió estructuras tan grandes como las de Amigos de Fox. Hoy no se ve que tengan en el radar la creación de algo similar. Antes de Morena, en el México moderno, el último esfuerzo institucional de creación de estructuras electorales duraderas fue Solidaridad, orquestado por Salinas de Gortari para fortalecer y modernizar el PRI. Zedillo, con más colmillo y malicia de la que se le reconoce, desmanteló por completo las redes de Solidaridad para evitar que su antecesor siguiera participando en política electoral.
El PAN en el poder nunca supo, tal vez ni siquiera tuvo la inteligencia política para pensar en la creación de cualquier estructura perdurable. Es lo malo de tener más intelectuales que políticos en un partido. Es muy fácil pensar en grandes intelectuales panistas: Gómez Morín, González Luna, Calderón Vega, Preciado, Castillo Peraza y un larguísimo etcétera. Como dice Carlos Arriola en su magnífica historia del PAN titulada El miedo a gobernar: la verdadera historia del PAN, uno puede nombrar docenas de insignes intelectuales panistas, pero tratemos de pensar en tres grandes políticos de la historia de ese partido y difícilmente los encontraremos…
El priismo de Peña Nieto terminó entregando sus estructuras electorales a López Obrador en 2018 mediante un pacto inconfesable del cual todavía no conocemos todos los detalles. El PAN necesita viajar a otros países y estudiar cómo construyeron estructuras electorales sus partidos hermanos en el mundo… desde la oposición. No es tarea fácil, pero indispensable ante el más grande peligro político que nos acecha: la polarización infinita.
5.- ¿La polarización como estrategia?
En el verano de 2004 entré a estudiar la licenciatura en relaciones internacionales en El Colegio de México, casi 70 años (68) después de iniciada la guerra civil española. Como es sabido, la escuela fue el refugio intelectual de los exiliados republicanos de aquella guerra. Mientras cursaba mis estudios vivía en la Residencia Universitaria Panamericana, nada menos que una casa de asistencia para estudiantes del Opus Dei.
Es difícil dimensionar el choque entre quienes me hospedaban en su casa y quienes me educaban académicamente. Sin entrar en detalles que a nadie interesan, puedo decir que a mí me formó y me preocupó desde entonces ese choque vigente entre la izquierda y la derecha española a pesar de tanto tiempo transcurrido entre dos posiciones ideológicas irreconciliables. Un choque que seguía vivo inclusive en otro país, pues yo vivía y estudiaba en México. En otras palabras, casi siete décadas después de la guerra civil española seguían vivas las heridas de la polarización que ésta engendró. Bueno, basta observar en la política española contemporánea a políticos tan irresponsables como Zapatero y Sánchez que siguen lucrando con los odios ideológicos de aquella guerra. Quiero decir entonces que la polarización no encuentra resolución durante décadas, sino que agrieta y destruye la convivencia de generaciones enteras mucho más tarde del litigio que la originó.
Tuve la inmensa fortuna, que jamás terminaré de pagar, de disponer del profesor Rafael Segovia como tutor durante mis estudios universitarios. No solamente fue una gran oportunidad en términos intelectuales, sino que me permitió conversar de primera mano con un pedazo de historia viva. Segovia era un sobreviviente de los campos de concentración y uno de los últimos exiliados republicanos con vida durante mi etapa de estudiante universitario. Brillante como era, Segovia nunca pudo superar las heridas y prejuicios de la guerra civil. Esto es muy comprensible, pero también lamentable.
Lo que quiero explicar es que el centrismo liberal no es una pose resultante de modas académicas, sino el fruto de la experiencia de la destrucción que la polarización entre izquierdas y derechas dejó en el siglo XX. Yo entiendo que, para las nuevas generaciones, esa historia suena muy lejana. Les divierte y les emociona la polarización a los simpatizantes de la izquierda y la derecha porque les suena heroica, hasta le imprime un toque épico a sus vidas vacías de sentido por la soledad del mundo contemporáneo. Esto es obra de la destrucción de lazos comunitarios ocasionada por el liberalismo que adecuadamente señala Matienzo en su ensayo. Pero la solución no es reactivar el odio fratricida. No se combate fuego con fuego, sino con la frialdad del agua. La polarización es irresponsable en extremo y sólo puede desembocar en violencia, no importa cómo se le presente.
Quiero pedirle a Matienzo y a quienes piensan como él, que no busquen respuestas al vacío político de nuestro tiempo en la filosofía política, tan propicia a la polarización por vivir en el mundo ficticio de las ideas, sino en la experiencia empírica de grandes políticos. El filósofo como el académico o el intelectual en general es, en el sentido literal de la palabra, un actor irresponsable. No necesita responsabilizarse de nada de lo que dice o incluso hace. Puede publicar tonterías y no habrá consecuencias, incluso, encontrará una escuela de adeptos que aplaudirá sus tonterías durante varias generaciones desde los cubículos académicos. En cambio, el político enfrenta consecuencias inmediatas.
Para mí, los mejores libros para pensar la crisis de los partidos políticos son las memorias de dos políticos liberales y una conservadora. Uno es Políticamente indeseable de Cayetana Álvarez de Toledo, militante del PP en España. Otro es Politics on the Edge de Rory Stewart, ideólogo y estratega del partido conservador del Reino Unido. Y el tercero es Oath and Honor de Liz Cheney. En los tres casos, lo que observamos es que la polarización ha destruido la posibilidad de una discusión civilizada, ya no digamos entre partidos, sino dentro de los mismos partidos donde militaban estos personajes. El centro no desapareció, fue concienzudamente destruido. Una política sin posibilidad de acercamientos y acuerdos no es política, es violencia institucionalizada.
Cuando Rory, Cayetana o Liz quieren proponer algo inteligente en el seno de sus partidos, son rechazados violentamente por dirigencias estúpidas, ignorantes, corruptas, envilecidas o todas las anteriores. Estoy hablando de tres partidos históricamente de centro-derecha moderada, no de intransigentes partiditos marxistas en la marginalidad francesa.
Hoy el Partido Republicano, el Tory y el PP son equivalentes en su radicalismo y su intolerancia. Lo importante para ganar en la polarización no son ofertas de gobierno maduras, sino la estridencia y el espectáculo de la victoria efímera en las redes sociales medida con likes. Eso puede ganar elecciones, pero a largo plazo no sirve para gobernar y construir sociedades ordenadas y generosas, como dice Matienzo al final de su ensayo haciéndose eco inteligentemente de los lemas panistas.
Respeto la sensibilidad conservadora de Matienzo y por eso lo invito a desechar la polarización como alternativa, pues el verdadero conservador siempre busca la serenidad y la sensatez. Ojalá esas virtudes y el trabajo político profesional de construcción de estructuras electorales competitivas fueran las metas del PAN. No parece. Vamos a seguir embarcados durante años en una polarización promovida desde el poder y alimentada por una oposición estúpida, que sirve involuntariamente los intereses del gobierno. En todo caso, para no seguir cansando al lector, recuerda querido Matienzo aquel viejo dicho de Benjamin Disraeli, el estadista fundador del partido conservador moderno. “Mantengamos fidelidad a los principios, pero flexibilidad en el diálogo y las políticas.”
Que gran artículo!
Profundo y práctico a la vez.
El artículo escrito por Carlos Matienzo al que se da respuesta, solo me generó más dudas…
Yo siempre he votado PAN y hoy por fin entendí que necesita ese partido para obtener buenos resultados.
Pero también soy consciente que con la estructura que ha logrado MORENA, el trabajo de la oposición se vuelve sumamente complicado y cada día más desacertado.
Que terrible épica vive el mundo y México ni se diga…
La lucha contra los abusos autoritarios de la CUARTA TRANSFORMACION deben continuar sin dar tregua…
Corrección, no es épica, es ÉPOCA