La derecha a la espera del PAN
Mientras la izquierda domina el relato y la cultura, la derecha mexicana sigue varada en un individualismo aséptico.
Si a la élite política e intelectual del país se le preguntara cuál fue el momento televisivo más impactante de 2024, muchos mencionarían alguna mañanera, quizá los debates presidenciales o el anuncio de los resultados de la elección. Pocos recordarían lo que ocurrió en La casa de los famosos, el reality show de Televisa que reunió a más de seis millones de hogares en su segunda edición.
Al programa también llegó la llamada guerra cultural: dos de sus participantes, Gala Montes y Adrián Marcelo, protagonizaron una disputa que desató acusaciones de machismo, misoginia y censura. Cientos de miles de mexicanos tomaron partido en redes. El país discutía —sin saberlo— sobre feminismo y masculinidad, salud mental y humor, libertad de expresión y cultura de la cancelación. El clímax llegó cuando Montes acusó a Marcelo de “potencial feminicida” por haberla criticado. El gobierno intervino y el participante fue expulsado.
Sólo un político entendió la relevancia del episodio: Jorge Álvarez Máynez, candidato de la izquierda progresista, quien aprovechó la coyuntura para capitalizar el debate. La derecha, en cambio, guardó silencio. Nadie se atrevió a defender a Marcelo ni a la incorrección política, a cuestionar la idea de “violencia simbólica de género” o a denunciar la presión censora del Estado. El momento mediático que unió a millones de electores potencialmente afines pasó inadvertido para quienes dicen representarlos.
Esa imagen resume el año electoral: una derecha perdida y acomplejada, incapaz de encontrarse con sus votantes, temerosa de los debates culturales y refugiada en la neutralidad. El PAN terminó por postular —como todos los demás— a una candidata de izquierda. Fue una derrota política, pero sobre todo, una derrota cultural.

El resurgimiento de las ideologías
Buena parte de ese extravío viene de un diagnóstico equivocado. Muchos políticos asumen que el obradorismo es sólo un fenómeno económico, producto del ingreso y de la desigualdad. Por eso intentaron competir con la izquierda en su propio terreno, ofreciendo una versión “decente” de la justicia social y de los programas asistenciales. No entendieron que el desafío no es sólo material, sino también moral e identitario.
Esa miopía es apenas un síntoma de una crisis más profunda y global: la del liberalismo. Tras la caída del Muro de Berlín, Occidente creyó que la historia había llegado a su fin. El ciudadano se volvió un mero agente económico, la comunidad nacional fue sustituida por el consenso global de los derechos humanos y la democracia se burocratizó. En ese vacío, la política perdió el alma.
Edmund Burke, el filósofo conservador, lo advirtió siglos atrás: la sociedad no es un contrato entre individuos, sino una asociación “entre los vivos, los muertos y los que han de nacer.” Es decir, una comunidad sostenida por vínculos morales y culturales. Sin ellos, ni la libertad ni la democracia perduran.
Roger Scruton, otro filósofo conservador, definió la sociedad como un acuerdo de lealtades y afectos entre iguales. Pero para que funcione, hay que responder: ¿entre quiénes somos leales? Por eso, para buena parte de la derecha europea y estadounidense, la pregunta crucial ha sido la identidad nacional frente a la disolución global. La política, recordemos, se habla en primera persona del plural. Toda fuerza política debe ofrecer un nosotros.
El liberalismo, al hablarle al ciudadano como a un individuo aislado, destruyó esa noción y provocó una crisis de representación. La izquierda posmoderna —el movimiento woke— llenó el vacío con nuevos identitarismos —raciales, sexuales o de clase— que dividen y culpan. Y la orfandad que dejó la derecha fue aprovechada por un fascismo nuevo, que promete pertenencia a través de vínculos raciales o religiosos.
En México, el régimen de la transición —tecnocrático y liberal— extirpó a la ideología de los partidos. Olvidó que la batalla política no se libraba sólo en las políticas públicas, sino en el terreno cultural, en los valores, la fe, las identidades, la nación y el sentido de pertenencia.
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La reacción a la crisis de representatividad fue Morena: un socialismo etnonacionalista que combina lucha de clases, discurso posmoderno y nacionalismo popular. Un modelo que fabrica un “pueblo” desde arriba, a través de un partido de Estado, y que por lo mismo necesita del autoritarismo para sostenerse.
A esa amenaza no se le puede responder con tibieza tecnocrática ni con el vacío del centrismo, sino con octanaje ideológico para salvar justamente a lo mejor del liberalismo que es su República.
La derecha más allá de la caricatura de la izquierda
El PAN tendrá que decidir si quiere dar esa nueva batalla ideológica desde la derecha. Pero antes deberá liberarse del estigma que la izquierda le impuso: la caricatura del reaccionario elitista, clasista o ignorante.
¿Y qué es en realidad la derecha? De forma sencilla, lo opuesto a la izquierda, a su obsesión por la lucha de clases y la justicia social como coartada del estatismo. Y dentro de ese espectro de oposición caben varias tradiciones:
La liberal, que defiende al individuo por encima de razas, clases o géneros.
La conservadora, que protege los vínculos culturales y los valores que sostienen a la comunidad.
La libertaria, que desconfía del Estado como principio ético.
Una nueva derecha mexicana debería articular esas tres corrientes. Defender a la persona frente al Estado, luchar contra el adoctrinamiento woke que fragmenta la nación y cercena la libertad de expresión, proteger a la familia y la propiedad privada como espacios de autonomía, reivindicar la meritocracia como motor de la economía y de la jerarquía social, abrazar el catolicismo cultural desde el laicismo y cultivar la responsabilidad cívica frente al desorden.
Todo ello puede resumirse, entonces, en tres causas esenciales para el caso mexicano:
Libertad, no como individualismo egoísta, sino como autonomía de las familias y comunidades frente al poder y al adoctrinamiento estatal.
Orden, entendido como cultura de legalidad y oposición firme a las mafias que hoy nos desangran.
República, como organización política que resguarde a esa sociedad libre y ordenada bajo un Estado limitado.
La misión inmediata de la derecha mexicana es rescatar esos principios y enfrentar los dos males que los sofocan: el estatismo corrupto y la anarquía violenta. Pero también debe dar la batalla cultural por los valores de Occidente: una batalla que hoy despierta entre los jóvenes hartos del sermón moralista de una izquierda que moviliza el resentimiento y reparte culpas por género, raza o ingreso.
Esa batalla estará en la educación frente al adoctrinamiento ideológico, en la defensa del mérito frente a las cuotas identitarias, contra las leyes de género que operan como garrote de censura, en las redes sociales frente a la cultura de la cancelación y en la reivindicación de los símbolos nacionales ante el vacío posmoderno que desprecia la historia.
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La viabilidad electoral de la derecha mexicana
¿Puede una propuesta así ganar elecciones?
El primer argumento en contra sostiene que, como la mayoría vota por la izquierda, no hay espacio para la derecha. Pero si eso fuera cierto, los virajes políticos nunca ocurrirían.
El segundo supone que la palabra “derecha” ahuyenta al electorado. Falso: una encuesta de Buendía & Márquez (2023) mostró que el 45% de los mexicanos se identifica con la derecha y sólo el 30% con la izquierda, aunque Morena concentre las preferencias partidistas. El problema no es el nombre, sino el significado perdido.
Un tercer temor, más coyuntural, es que una identidad ideológica firme obstaculice alianzas, sobre todo con Movimiento Ciudadano. Pero la función de una coalición es ofrecer al votante una causa común —por ejemplo, la defensa de la república— y resolver el dilema del voto útil. El error de alianzas pasadas, como la del PAN y el PRI, fue intentar fundir sus identidades. En cambio, una alianza PAN–MC podría sostenerse en un pacto mínimo: la república. Habrá republicanos provida que voten por el PAN y republicanas feministas que lo hagan por MC. Las alianzas no son punto de partida, sino de encuentro.
¿Una derecha moderna?
Jorge Romero, dirigente del PAN, ha empezado a hablar de una “derecha moderna” como parte del relanzamiento de su partido. Lilly Téllez usó la misma expresión antes, y desde la izquierda respondieron con sorna: ¿cómo puede ser moderna una fuerza que conserva lo viejo? La crítica repite el estereotipo: la derecha como lo arcaico, lo inmóvil.
Pero como escribió Michael Oakeshott, el conservadurismo no consiste en resistir todo cambio, sino en preferir lo probado a lo incierto, una actitud prudente frente a los revolucionarios que destruyen lo que valía la pena conservar, como la república.
La derecha moderna no tiene por qué ser un oxímoron. En México, la defensa del proyecto modernizador que el obradorismo está destruyendo puede ser una nueva causa, guiada por las coordenadas de orden, libertad y republicanismo. No se trata de mirar al pasado ni de idealizar un pueblo inexistente, sino de proponer un nuevo parámetro ético sobre cómo debe ser la sociedad moral y su Estado político. La derecha moderna, tendrá que apreciar la técnica y la experiencia; y también debe ser una derecha social, dispuesta a asumir su trinchera en la batalla cultural.
Tampoco debe ser anti-derechos. Puede reconocer las nuevas realidades de las relaciones afectivas, la sexualidad y la fe, integrándolas mediante garantías que dignifiquen a las personas sin fracturar la comunidad. Y debe incorporar la causa humanista frente a los retos del medio ambiente, la inteligencia artificial y las nuevas formas de trabajo.
Finalmente, la modernización de la derecha debe reflejarse también en su comunicación. Hoy, las elecciones se ganan en los podcasts, en X, en los memes y en los espacios de la cultura popular. En los debates sobre La Casa de los Famosos. La batalla de las ideas se libra abajo, de forma horizontal, en la incorrección política y frontalmente.
¿El PAN quiere ser esa derecha en México y dar su batalla civilizatoria sin complejos? No será fácil. Enfrenta a una izquierda autoritaria que busca proscribirla, a un centrismo temeroso que lo paraliza y a fanáticos religiosos que pretenden robarle su electorado. Pero su nosotros está ahí, esperando un nuevo vehículo de identidad política. Hablo de las personas libres, con principios, sentido común y que anhelan una patria ordenada y generosa.
*Carlos Matienzo es politólogo de la UNAM y maestro en seguridad nacional de la Universidad de Columbia.
Yo creo que en México, esa falta de una opción de derecha se acrecenta por el chilangocentrismo de los medios de comunicación, la CDMX es la única zona "progresista" en el país. El miedo a ser una derecha real viene de un PAN que lleva más de una década capturado por eternos plurinominales chilangocéntricos, que gobiernan 2 de las 3 delegaciones/municipios más antiobradoristas de todo el país (el otro sería San Pedro), ganar las elecciones en la Benito Juárez y Miguel Hidalgo para el No-Obradorismo es como jugar un videojuego en Muy Fácil. Jorge Romero es el ejemplo perfecto, pero también Doña Kenia celebrando la subsecretaría de las mujeres mientras el obradorismo se burla de ella.
A ellos les importa más que Denisse Dresser y Viri Ríos no les digan ultraderechistas ni clasistas que en conectar con sus votantes, confiando en el simple antiobradorismo para mantener la cuota, además, Viri Ríos de todos modos sí les va a decir clasistas.
Como sucedió en el largo periodo del PRI, la negación a la derecha viene más de una autocensura de élites culturales con origen en la CDMX que de la mayoría de la población; eso lo entendió el licenciado López Obrador y por eso no le importó nada la manera en que la policía detenía las manifestaciones feministas, el PAN chilango se considera incapaz de responder con esas formas.
El texto de Matienzo hay que convertirlo en piedra angular de acciones necesarias.
Es certero y oportuno y su pretexto de entrada simplemente genial. Su texto equilibrado y aperturista sin ocultar su identidad conservadora.
Todo trabajo de usted está encaminado a lo que sugiere Matienzo.
Le toca avanzar manteniendo sus escritos, los ajenos y los conversatorios y brincando a charlas de café sobre la política necesaria. El PAN desperdició su oportunidad con VFQ y FCH de plantear e iniciar la batalla cultural.
Pero puede tener la oportunidad si reúne en las iniciales a Calderón, Anaya, Gil Swarth, Adriana Dávila. Después vendrán otros, de otros rumbos o combinados pero todos orientados a una nueva política, la política que abierta al mundo y a la ciencia, brinde oportunidades, mejore el vivir y cuide la naturaleza.