Un monero puede irse a la cárcel
El macartismo de género pretende refundir en la cárcel a un monero por un tuit.
Como muchos otros comentaristas, agazapados por el miedo, estuve tentado a callarme, a no decir nada, a refugiarme en la mexicana permisividad, a fluir con el timorato consenso. Incluso se me acercaron mentores a decirme: no seas pendejo, Pablo, no te metas en ese tema, no ahorita, está muy peligroso el ambiente, eres hombre, eres opositor. Y casi cedo. Así es como los poderosos se salen con la suya y acaecen las peores cacerías. Pero me carcomió moralmente la atroz posibilidad de que un caricaturista pueda ir a la cárcel por un tuit. Repítanlo en voz alta a ver cómo les sienta.
Una senadora de cuyo nombre no puedo ni quiero acordarme, denunciará penalmente a un monero crítico del régimen. Sucede que hace unos años, la joven senadora publicó en sus redes sociales una foto en minifalda, cruzada de piernas, chupando una paletita. Tiempo después vinieron los rumores de que ella había tenido un affaire con el entonces secretario de Gobernación, presuntamente beneficiándose con recursos públicos. Se le achacó cierta fama, no sé si injustamente o no. Así que alguien en los confines anónimos del ciberespacio alteró la foto que ella misma había publicado sólo que ahora con las piernas semiabiertas enseñando levemente los calzones. El monero lo que hizo fue tuitear la imagen con una frase de su autoría: La Cenadota de la República.
El humor –si lo hay– es chafa, ramplón, vulgar. Un tuit tremendamente estúpido que puso la cabeza de su autor en bandeja de plata, tomando en cuenta que la senadora ya había perseguido a comunicadores por haber escrutado los pormenores de aquel affaire bajo las leyes de género, las favoritas de las mejores conciencias.
La denuncia de la senadora será hecha bajo la famosa Ley Olimpia, originalmente concebida para castigar a victimarios de porno-venganza y “violencia digital”. El nombre viene de la feminista poblana Olimpia Coral, cuya expareja difundió un video privado de contenido sexual a manera de venganza. La Ley Olimpia castiga con multa y/o cárcel a quienes “expongan, difundan o reproduzcan imágenes, audios o videos de contenido sexual íntimo de una persona sin su consentimiento”.
Cuando se promulgó la Ley Olimpia consideré que era una ley razonable y benigna que, sin embargo, en el contexto de la captura del recientemente destruido Poder Judicial y de la consolidación del autoritarismo de Morena, se vuelve ominosa. Pero muchos abogados me han explicado que la ley misma es problemática porque prevé conceptos tan laxos y ambiguos como “contenido sexual íntimo” que la hacen un instrumento persecutorio fácilmente aprovechable por los poderosos.
Arropada por el régimen, a la sombra del Senado, con los jueces en su bolsa, en una asimetría brutal de poder, la senadora perseguirá a un caricaturista por tuitear una foto falsa. Así es: la izquierda de hoy persigue con prisión fotos falsas de calzones. Para mí, por eso, el nombre de la ley –Olimpia– evoca épocas peores del antiguo régimen autoritario. Y es que a todas luces estamos ya instalados en una suerte de macartismo de género. Todos los días incriminan a rivales y opositores por “violencia política de género”. Estas leyes sirven principalmente a los políticos para perseguir expresiones incómodas de sus críticos, incluidas a mujeres. No dudo que la ley haya protegido esporádicamente a algunas víctimas y castigado a algunos genuinos agresores, pero ciertamente tiene los suficientes y convenientes huecos –quizá por diseño– para reprimir opositores y deshacerse de personajes fatigosos.
Cobijadas por la biempensantía de moda, este tipo de leyes gozan ya del consenso moral. Quien ose cuestionarlas merece –en el mejor de los casos– repudio y ostracismo. Me tocó a mí mismo por siquiera cuestionar la ley aun cuando jamás dije estar de acuerdo con el tuit del monero. Simplemente me pareció una salvajada que alguien pueda ir a la cárcel por una foto falsa de calzones o incluso que eso constituya “violencia digital”.
“Me carcomió moralmente la atroz posibilidad de que un caricaturista pueda ir a la cárcel por un tuit.”
Acorde con la época, mis dudas incómodas merecieron acusaciones infundadas de maltrato, acoso, abuso sexual y hasta una convocatoria de la propagandista Sabina Berman a publicar fotos mías siendo violado grupalmente. Emplearon a miles de sicarios y sicarias y sicaries digitales hurgando en mis redes, mi pasado laboral, clips televisivos, e inexistentes expedientes judiciales, a ver si podían sacar algo que imputarme. Fracasaron porque no tengo nada. Tristísimamente, mi excolega Orquídea Fong incluso llegó al grado de acusarme de romantizar el feminicidio en mi novela Noche violeta. Y se supone que es escritora. Pero ya saben ustedes: los estúpidos de hoy no pueden distinguir personaje de autor y la maldad es, antes que nada, estupidez.
Hablando de propagandistas, no deja de ser curioso que los más furibundos promotores de estas leyes nunca digan nada sobre la red de pederastia de la que está acusado Evo Morales, probablemente asistida con recursos del erario mexicano; ni hayan dicho nada del pederasta Naason Joaquín y su Iglesia evangélica aliada del régimen obradorista; no digamos ya todas las veces que esos mismos propagandistas difundieron memes, cartones y videos sugerentes llamándoles putas a las hijas y esposa de Peña Nieto. Sin ir muy lejos, aquella vez –enmarcada para la historia universal de la hipocresía– en que la misma senadora en cuestión le levantó la mano en una tarima ni más ni menos que a ese ícono feminista que es Salgado Macedonio.
Esa hipocresía no es fortuita. Vive en el corazón del régimen, anima las entrañas del poder. No podemos ser ingenuos: nos gobierna ya con esas leyes a su disposición. Me temo que este será el tono, desde la más nimia diputadilla local hasta la mismísima vicepresidenta. No hay mejor señal que el miedo de los comentaristas a pronunciarse, incapaces de prever que la guillotina también pende sobre ellos. Yo pienso que algunos de mis héroes hubieran protestado por semejante aberración. Sigo su ejemplo. Repito: un monero puede ir a la cárcel.
Las leyes “abiertas” o discrecionales son eso, permiten una sentencia … y su contraria sin caer en contrasentido jurídico
Las leyes discrecionales son la entrada de la dictadura por la vía de atrás ( nunca mejor empleado el término) con el artículo de Pablo
Hay muchas vías para torpedear a una democracia pero las leyes discrecionales son de las más mortíferas
Celebro te hayas atrevido a denunciar este caso, Pablo. Mira que ya para considerar tal cosa un atrevimiento, nos dice mucho del acoso a la libertad de expresión que estamos viviendo.
Un abrazo y te apoyamos!