Viñetas del 2024
Otro año convulso, como casi todos desde que terminó el Fin de la Historia.
No suelo hacer recapitulaciones ni balances melodramáticos de fin de año según el cliché de los medios tradicionales, pero este año genuinamente pienso que dejó efemérides muy distintivas.
Para México digamos que fue el año de la consolidación autocrática. Yo soy de la particular escuela que cree que el gran error fue haberle dado el poder a un demagogo incendiario que llevaba décadas con un letrero bordado en el pecho anunciando la destrucción de la democracia electoral. A partir de ahí ya no había vuelta atrás: si no era porque el régimen haría todo para reelegirse, sería porque se aferraría al poder por las malas. Así que, a mi juicio, el fin de nuestro experimento liberal estaba cantado desde aquel 2018 inaugural. Sin embargo, el 2024 fue el año en el que esa fatalidad quedó certificada y consumada y asentada y entendida: la captura del árbitro y del tribunal, la destrucción de la división de poderes —y con ella de la República—, la pulverización de la oposición, el fin de los órganos autónomos. Y lo peor es que todo ello con la anuencia, pasividad u omisión de las mayorías. Por eso para mí también fue el año en el que finalmente concedí que el obradorismo sí es, en alguna medida, una materialización popular, y que la democracia liberal fue una frágil anomalía. No obstante, con el poco tiempo que lleva, me doy cuenta también que el país y el pueblo mismo —con todas sus limitaciones y carencias— le quedaron muy grandes, pues éste es demasiado chico. Y si albergo una esperanza es que se canibalice por hambre, no sin nuestra ayuda.
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En cuanto a Estados Unidos, infinitamente más importante para el mundo, 2024 fue el año de la recaída temeraria. Confieso que el regreso de Trump me afectó más que la consolidación del régimen obradorista. No sólo porque el electorado estadounidense es, en teoría, un poco más —aunque no mucho— sofisticado que el mexicano, sino porque aquí, como dije, había cierta inevitabilidad en el aire. En cambio, allá los Demócratas tenían todo servido para enterrar a Trump definitivamente en el ataúd de los tropiezos históricos. Pero una mezcla de soberbia, terquedad presidencial, malos cálculos en la candidatura y, desde luego, la demencia woke, revivieron y hasta recargaron a Trump. Más que él, ahora me preocupa el séquito de impresentables, bufones y sobre todo ideólogos antiliberales que lo acompañan: algunos asentados en el nativismo, otros en el nacionalismo cristiano, y otros en el posliberalismo. Ya se percibe un ataque frontal al liberalismo al que algunos empiezan a llamar “wokeísmo de derecha”: igual de identitario, tribal y revanchista que su contraparte. Pienso que difícilmente acabará bien. Aun así, reconozco que la arquitectura institucional que dejaron los Padres Fundadores es infinitamente más robusta que la mexicana y puede que resista —una vez más— el coqueteo con la demagogia. Con suerte vendrán los drones por nuestros narcos.
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