Finalmente vimos en el segundo debate a una candidata de oposición valiente y con ímpetu combativo, a la altura de las circunstancias, lanzando invectivas, preguntas incisivas y acorralando a la potencial sucesora de un régimen que explícitamente quiere destruir el orden constitucional republicano.
Curiosamente, quienes más se han quejado del tono de Xóchitl y sus acusaciones contra Sheinbaum son los propagandistas del oficialismo con esa falsa indignación de monaguillos, cuando bien respaldan a un movimiento tan vulgar y pedestre que ha envenenado y erosionado la conversación pública desde hace décadas. Seguramente preferían a una Xóchitl más moderada, tímida e inofensiva como en el primer debate. Que sean precisamente ellos los más encrespados es una señal inmejorable.
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