Tres personalidades en la crisis del liberalismo
El liberalismo se ha fincado en un recetario de lugares comunes, pereza intelectual y desprecio sin ofrecer soluciones nuevas ni concretas. Pero hay vueltas de tuerca.
Esta semana vi dos videos de dos discursos de Barack Obama en campaña para dar su respaldo a las candidaturas del partido demócrata a las gubernaturas de Virginia y New Jersey que se elegirán este próximo martes 4 de noviembre (1 y 2).
Son piezas oratorias elocuentes, divertidas, emotivas, inteligentes incluso. Discursos de Obama, pues. Son también, asombrosamente repetitivos. Analizados en conjunto, los videos de los discursos me confundían porque parecen el mismo video. Obama con el mismo atuendo, los mismos chistes, idéntico mensaje, mismos gestos.
Yo tenía la impresión de que en Estados Unidos estaba muy claro aquello de que “all politics is local politics”. Es decir, lo que lleva a un votante de Virginia a votar, no es la misma motivación que la de un elector de New Jersey.
Sin embargo, la oferta liberal se convirtió en un recetario universal. Obama reproduce la misma coreografía con precisión de un intérprete del mundo del espectáculo, la secuencia entera. Es como si viera a usted a su cantante predilecto montando el mismo concierto en dos ciudades distintas.
Y eso es parte del problema. La política no es un concierto. Obama les habla de grandes problemas nacionales a grupos de personas con preocupaciones muy distintas. Para él, la amenaza a la democracia, a las libertades, el mal desempeño macroeconómico, la falta de independencia de la Suprema Corte de Justicia de la Nación y el despido masivo de servidores públicos de carrera son las prioridades. No aborda ninguno de los problemas locales de New Jersey ni de Virginia. Habla maravillas de las candidatas de su partido Mikie Sherrill para NJ y Abigail Spanberger para Virginia. Luego habla pestes de sus oponentes. Mismos elogios para unas, mismas críticas para los otros. Insisto, un recetario. Nada que particularice los discursos, a un grado tal que uno piensa que vio el mismo video dos veces. Lo único que alcanza a decir Obama sobre los respectivos estados es… algo sobre él mismo: “la última vez que estuve aquí.” Nada sobre la coyuntura política local de la zona ni las preocupaciones de los vecinos.
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Es el problema de concebir la política como un producto manufacturado por consultores y no un oficio. Es una evidencia más de la crisis de los partidos políticos, pues no hay ser humano que conozca los problemas de todas las regiones de un país. Por eso, las oficinas locales de un partido político deberían explicarle las inquietudes de los habitantes de la zona. Obama, desde luego, no se permite ninguna crítica sobre lo que él y el proyecto liberal hicieron mal los últimos treinta años. Regaña a los electores con la soberbia insufrible del intelectual sobre lo que ha hecho Trump: “se los advertí.” En otras palabras, el mensaje subliminal es: todo iba bien hasta que ustedes votaron por el tipo equivocado. ¿De verdad todo iba bien o precisamente apareció el tipo equivocado porque las cosas iban mal?
Esta semana también acudí a la conferencia del doctor Adam Przeworski a El Colegio de México. Desde mi época como estudiante admiro y leo todo lo que escribe el profesor Przeworski, de verdad una autoridad mundial en temas de la democracia. Esperaba algo un poco diferente. Przeworski vino a México hace dos años para impartir una conferencia magistral en el INE. Cuál no sería mi sorpresa al confirmar que esta semana impartió prácticamente palabra por palabra, la misma conferencia. Mismas diapositivas, mismos chistes, mismo mensaje. Sólo que el mundo no es el mismo: Donald Trump regresó al poder en Estados Unidos, con todas las consecuencias que estamos viendo.
En otras palabras, el problema es igual que con Obama. Las elites liberales, sean políticas o sean intelectuales, repiten su recetario como si fuera un platillo universalmente aplicable. Lo más grave es que no he visto que nadie señale lo evidente, esta reproducción automática del mismo discurso empobrece tanto a Obama como a Przeworski y no contribuye, o muy poco, al crecimiento intelectual de sus audiencias. En el fondo, lo que se ve es un desprecio notable del orador a su público. Y quien desprecia a su público no lo entiende, por eso no han podido articular explicaciones inteligentes de los resultados electorales en los últimos años. Da igual quiénes sean ustedes, les digo lo mismo que a todos.
Esa pereza intelectual es, desde luego, un problema que también existe en México. El liberalismo mexicano, hoy desfalleciente, nos receta todos los días libros que no son sino recopilaciones de artículos repetidos de sus autores consagrados. La incapacidad de pensar novedosamente en la actual coyuntura impide la comprensión de nuestra nueva situación. Ante los problemas actuales, repitamos las fórmulas y lugares comunes de 1980. Ningún esfuerzo de honestidad intelectual por reconocer “nos equivocamos.”
El único liberal de esa generación que ha sido autocrítico es John Gray. Éste no era el mundo que prometimos y ni siquiera se parece a lo que dibujamos en el boceto original. No, la gente es estúpida por no atribuir la misma credibilidad a quienes siguen escribiendo el mismo artículo desde hace 40 años.
Si una figura de la talla internacional de Przeworski puede darse el lujo de repetir exactamente la misma conferencia en la misma ciudad dos años después, ¿qué podemos esperar de nuestros intelectuales locales? Lo penoso no es el cinismo de Obama o Przeworski sino que nadie se atreviera a señalar que el emperador va desnudo y quiere apantallar con un espectáculo ya desgastado.
“En el fondo, lo que se ve es un desprecio notable del orador a su público. Y quien desprecia a su público no lo entiende.”
No quiero ser el comentarista que pinta todo negro. Para eso están nuestros analistas famosos. También esta semana descubrí en el portal español Ethic, una entrevista a la filósofa Victoria Camps a propósito de la publicación de su nuevo libro titulado La sociedad de la desconfianza. Camps reivindica la educación pública no como la exclusiva adquisición de competencias, sino como la formación de ciudadanos integrantes de una comunidad capaces de convivir con el diferente. No en la fantasía narcisista e hiperindividualista liberal del homeschooling. Al contrario, la educación para no aislarse y aprender a convivir con el otro. Un tema liberal clásico, pero inexistente en el discurso de los últimos cuarenta años, tan propenso al aislamiento del individuo.
Camps analiza, desde una perspectiva ésa sí clásicamente liberal y no desde la extrema derecha como hoy quieren algunos, la desaparición de la noción de comunidad y la construcción de sociedades más democráticas. El nuestro, dice Camps refiriéndose a la España contemporánea, “es un demos liberal, pero con un concepto de libertad muy reduccionista y simplista, que ha sido inculcado sobre todo por la economía de consumo y no por una motivación ética.” Vale la pena considerarlo.





