Tres mujeres

Tres mujeres que hoy desmienten la caricatura identitaria y enfrentan al régimen.

The Night In The Red Room. Artista: Esther Sarto

A estas alturas ya deberíamos haber entendido el sinsentido del sexo en la política. Muchos lo anticipamos porque el alegato es bobo y además reivindica una de las banderas liberales más viejas de la historia: lo que cuenta es el contenido del carácter, no lo que alguien tiene entre las piernas —ni mucho menos el color de la piel. Es demasiado obvio.

Puedes tener a una mujer perfectamente autoritaria y corrupta administrando una autocracia, como Claudia Sheinbaum, así como pueden aumentar los asesinatos de mujeres bajo otra mujer, como ocurrió en Brasil con Dilma Rousseff y en Honduras con Xiomara Castro (que por cierto tiene la peor tasa de América Latina). Y si entramos al terreno étnico y racial, ahí está la Suprema Corte de Quetzalcóatl completamente al servicio de hombres barbados y mestizos.

Pero quizá nuestra era infantil tenía que vivir ese ad hominem para refutar colectivamente el argumento. Y todavía falta mucho. Tuvimos que atravesar, no sin daño, el oscuro MeToo, una cacería premoderna de brujos que eliminó cinco siglos de avance legal para desdibujar la presunción de inocencia e instaurar tribunales sumarios a mano alzada. Y para variar, México ya llegó al ridículo con herramientas de persecución como la “violencia política de género” o la “Ley Olimpia”, contra las que he argumentado ampliamente, por si se necesitara — que no.

La única hipótesis identitaria que más o menos me convence es que en efecto es tiempo de mujeres, pero en un sentido muy concreto. Como reza el viejo adagio, en política percepción es realidad. Y, ya atorados en esta era, es posible que el público sí sienta cierta frescura con mujeres al mando. De tal suerte que se vuelven valiosas no sólo para desmontar la propia locura identitaria, sino —en el caso de México— pelear contra el régimen.

Tengo en la mira a tres de ellas por emblemáticas, aunque hay más, desde luego:

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