Tres modestas victorias de la resistencia
Independientemente del devenir, se pueden celebrar tres victorias de la resistencia mexicana en estos seis años de avasallamiento.
Un régimen antiliberal pretende apoderarse de la República, tal vez con el consentimiento de las mayorías. Quizá lo logre y descendamos a una autocracia populista, o quizá no y la incipiente democracia siga apenas viva como una frágil perlita dentro de un mar secular de autoritarismo. Sin embargo, independientemente del devenir inmediato, creo poder celebrar con ustedes tres modestas victorias de la resistencia mexicana en estos seis años de avasallamiento. No me refiero a la oposición política, que tiene muchos problemas, aunque es la única que tenemos para enfrentar la amenaza en el seno del poder. Me refiero a la sociedad crítica, a aquella capa con espíritu libre y amor por la verdad, a la de los ciudadanos atentos. Pase lo que pase, hay valores que se han pulido.
La primera es el desprestigio que ensombrece a los propagandistas disfrazados de periodistas, analistas y comentaristas que el régimen ha estado colando a los medios, sea radio, televisión o prensa. Lo hizo desde el principio, pero aceleró la imposición de cuotas rumbo al final. Y así, muy a menudo escuchamos que tal o cual analista independiente fue sustituido –con la complicidad y acobardamiento de los propios medios– por un porrista sin escrúpulos. Están en todos lados, como moscas. La que era una pluma crítica, es ahora un boletín de prensa; la que era una voz incisiva, es ahora un coro oficial. La victoria ha sido por vía doble: primero, en que al interior de esos espacios se ha fraguado una resistencia de los colegas libres que quedan en contra de los advenedizos e intrusos. Los emisarios del gobierno habitualmente encuentran diques de razón y decencia que les impide deslizar las mentiras y eufemismos confeccionados desde Palacio Nacional, o al menos sin salir bastante raspados cuando lo intentan. Y es que esa es la única función de un columnista, analista o comentarista libre cuando se enfrenta a un centinela gubernamental: exhibirlo como propagandista. No se trata de debatir, de llegar a acuerdos, de conceder en ánimo de la construcción política. No. Se trata de encuerarlos inmisericordemente. Y esa es la segunda vía de esta victoria: que los matraqueros han quedado sin ninguna credibilidad. Todos sabemos quiénes son y todos dicen lo mismo en todos lados. El gobierno los necesita para edulcorar las trapacerías y que la crítica no llegue como bala de plata al corazón del poder. Pero tengo para mí que la audiencia libre, inteligente, honesta y despierta no se va con la finta y ya sabe perfectamente bien que se trata de impostores y trapecistas. Más aún, la victoria no sólo yace en esa pérdida de credibilidad sino, sobre todo, en la indignidad cada vez más asociada a esa función servil que es la antítesis de la crítica independiente, lo cual me lleva a la siguiente victoria.
Me parece que también empieza a quedar cada vez más asentada la indecencia de los lacayos, esos hombrecitos postrados en las faldas del poder (que en este caso es un señor, un simple primate). En una cultura piramidal y caciquil, con amplia tradición de autoritarismo corporativo, en un país de caudillos y peones, vaya que se antoja como victoria. Ya no me refiero a los voceros en medios o la academia, esos cumplen una función muy específica de propaganda. Me refiero a aquellos servidores públicos que doblan las manos de su investidura para servir al régimen: ya sea por miedo, oportunismo o debilidad de espíritu. Son los colaboracionistas, los traidores y los rendidos. Podríamos mencionar en una primera instancia a los diputados y senadores: fungiendo ya no de tribunos y representantes de la soberanía como era la intención, sino de mozos de espuelas. Pero, esos siempre han existido, aunque someto que el grado de repudio que ahora incitan es novedoso. Guardan también un lugar especial en la nueva ignominia del servilismo, desde luego, los pérfidos exgobernadores del PRI, que no sólo no defendieron las reformas liberales del interregno, sino vendieron sus estados a cambio de impunidad diplomática. Sin embargo, lo que ciertamente no habíamos visto es una sabandija inmunda como Zaldívar, que pasó de ser ministro presidente de la Corte a una vil groupie del Licenciado, igualito que de Taylor Swift. Esa tiene que ser la degradación más patética en la historia del poder en México: un juez con supuesto prestigio –que a la postre sabemos era ficticio– convertido en animador mediático. El lugar en el que terminó Zaldívar antes me daba schadenfreude. Pero ahora –al son del aborrecimiento que engendra en cualquier conciencia honorable– me empieza a dar pena, lo digo ya en el plano cristiano, digamos, de conmiseración espiritual. A donde va lo humillan –he aquí la victoria– y hasta el propio régimen le aplica el “método Obrador” de agradecimiento, que consiste en maltratar a la servidumbre. Pobre lacayo inmundo, pero que sirva la advertencia.
“Pase lo que pase, hay valores que se han pulido.”
La tercera y última es que prácticamente se ha disuelto la amorosa y deslactosada república popular de Corea del Centro, de donde son oriundos los equilibristas y normalizadores, los queda-bien-con-todos, los dos-pasitos-a-la-izquierda-y-uno-a-la-derecha, los que navegan con el consenso biempensante e intentan caer siempre bien parados refugiándose en la mayoría moral segura. O al menos ha quedado muy lastimada. Sin duda quedan muchos ingenuos habitantes ahí, pero sus más grandes príncipes y emperatrices han pedido exilio en Corea del Sur. Y es que no podía ser de otra forma. Las voces atentas desde un inicio advirtieron que en efecto el centro es lo más loable cuando hay normalidad democrática: ese espacio plural donde confluyen ideas y puede haber una verdadera deliberación en aras de la construcción política (y de hecho habremos de regresar ahí). Pero cuando uno de los lados es un régimen oscurantista, destructivo y antidemocrático como el obradorista –personalmente creo que lo más cercano que hemos llegado al fascismo y he argumentado por qué antes– no te puedes colocar en el centro si no quieres quedar como un completo tibio cobarde y tonto a la sombra de Chamberlain o el Papa Francisco. Quiero afirmar que la pureza de corte moral que al principio del sexenio otorgaba intentar trazar una falsa equivalencia entre “ambos lados” como si fueran iguales, ha quedado completamente desvirtuada. Por añadidura, otra ventaja es que se engrosan las filas de la resistencia. Tanto da.
No aseguro que estos éxitos gocen del consentimiento mayoritario ni sean irreversibles. Por eso los califico de modestos y quizá hasta de temporales. Debemos ser bien conscientes –en los tres ámbitos– de que seguirá habiendo propagandistas en los medios y que cada vez podrán venir mejor disfrazados, y de que desafortunadamente las audiencias mexicanas siguen muy despistadas; de que seguirá habiendo lacayos (aunque espero que no de la magnitud de Zaldívar) y sobre todo –esto es lo más difícil de desenraizar– que la cultura de la sumisión al poder y el culto ciego al líder sigue vigente; y, finalmente, de que las zonas de confort que ilusoriamente nos salvan del compromiso, como el entrecoreanismo, son muy seductoras y que buena parte de nuestra intelligentsia prefiere vivir cómodamente ahí, como acaba de demostrar la gran cantidad de ingenuos masiosares que se envolvieron en la bandera solidarizándose con el Licenciado después del affaire Ecuador. Pero, de momento, algo hemos logrado.
*Este ensayo se publicó el 9 de abril del 2024 en Literal Magazine: Liga