Estamos ya en terreno pantanoso. Es muy difícil imaginar la expresión concreta que tomará el régimen obradorista y ni ellos mismos lo saben. Como reza el refrán populista: yo ya no me pertenezco, que en realidad significa que detrás de esto no hay una voluntad racional, sino un alud de ocurrencias autoritarias para permanecer en el poder. Y por eso tampoco sabemos qué le depara a México. Lo único cierto es que no se irán por las buenas.
La represión multitudinaria en la marcha fue patente: un disuasivo propio de los regímenes más reaccionarios y una prueba suficiente de que ya estamos, para todos los efectos, bajo una autocracia. Supongamos que el descontento popular sigue creciendo y que un día la mayoría de la población deja de consentir al régimen —lo cual aún no es claro, bien podría tratarse de una autocracia avalada por la mayoría—, si algo podemos anticipar es que no iremos a votar una fresca mañana como si esto todavía fuera una democracia en la que cabe una alternancia feliz.
Bajo esa premisa —que crece el descontento, que ya no hay democracia y no hay forma de que otra fuerza política acceda al poder mediante urnas— me permito imaginar tres escenarios:
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