Saber perder
La oposición derrotada ha dado un penoso espectáculo postelectoral
Uno supondría que, ante la magnitud de la derrota opositora, las fuerzas partidistas y no partidistas se ocuparían de producir un diagnóstico para explicar los resultados. A la inversa, esto se ha vuelto un miserable déjà vu del 2018.
Las campañas del PRIAN este año cometieron exactamente los mismos errores de hace seis: desestimar las encuestas, fingir que con los debates podían ganar, despreciar a los partidos y sus militantes, jugar a los candidatos “ciudadanos”, contratar consultores caros y desprovistos de experiencia electoral real, etc. Pero ahora, la oposición derrotada también comete los mismos errores postelectorales de aquella vez: culpar a todos antes que asumir una responsabilidad propia; “fue la intervención indebida del presidente”, “nos falló la ciudadanía que no salió a votar”, etcétera.
Ese análisis superficial está bien para los periódicos, pero no para la vida interna de los partidos. Por lo visto, cualquier cosa antes que reconocer lo que todas las encuestas apuntaban, que la campaña presidencial fue un desastre sin ruta y que nunca creció. Cierto que la candidata era quizá la mejor disponible, pero la realidad es que la campaña fue desordenada, pobre, escasamente imaginativa y nada atractiva para el electorado que no estaba convencido de antemano de votar por la oposición. Desde un principio se descartó a los jóvenes, argumentando que nunca votan y, que si votaran, lo harían por la opción oficialista. Hay que ver nada más el estudio tan profundo que acaban de hacer los laboristas en Inglaterra de la juventud de su país para entender por qué no salieron a participar en el referéndum del brexit y cómo ahora sí lograron sacarlos a votar. Todo lo anterior requiere esfuerzo, inversión de recursos en el análisis y no apegarse a los lugares comunes de siempre.
“Cualquier cosa antes que reconocer lo que todas las encuestas apuntaban, que la campaña presidencial fue un desastre sin ruta y que nunca creció.”
Sigo a la espera de la revisión e interpretación extensa de los resultados por parte de la oposición. El PRD ya no existe y el PRI quiere dejar de existir con la patética reelección de Alito Moreno por otros ocho años como dirigente nacional. La única revisión posible debería venir del PAN. Ahora bien ¿cómo se hace esta revisión? No puede, ni debe autoevaluarse la actual dirigencia, sino que la radiografía de lo acontecido le correspondería a un órgano teóricamente más independiente. Por ejemplo, la Fundación Rafael Preciado. En otros países, el think tank de los partidos funge como voz evaluadora de los resultados y emisora de recomendaciones para mejorar. Aquí no. La Fundación Rafael Preciado podría coordinar una serie de mesas y conferencias con actores independientes (ninguno que haya estado involucrado en las campañas) para que opinen con seriedad y la máxima objetividad posible sobre lo acontecido. No se trata de una mera presentación de gráficas o tablas de Excel con números, sino de un análisis de responsabilidades partidarias por sección, distrito, municipio, estado y país. ¿Qué falló en las campañas? ¿El flujo de recursos? ¿La calidad de los spots? ¿El despliegue territorial? ¿Quiénes eran responsables de estas tareas? ¿Cómo evitar la repetición de esos errores y asegurar el mejoramiento en campañas subsecuentes? Esto supondría la enorme ventaja de que produciría información invaluable para la próxima dirigencia del partido, si es que ésta tiene la intención de volver a hacer del PAN una organización electoralmente competitiva. Lo que vimos esta semana, sin embargo, fue profundamente desalentador. Un intercambio de insultos entre panistas en redes sociales para discutir quién había dejado el PAN en peores condiciones, si los anayistas o los calderonistas.
Así, la oposición no va a ninguna parte. Saber perder significa no nada más reconocer el resultado. Significa no culpar al electorado, sino asumir responsabilidad de la incompetencia de los propios dirigentes y candidatos del partido para ofrecer una propuesta llamativa. Sobre todo, saber perder significa aprender las lecciones de la derrota y no repetir las mismas equivocaciones otra vez dentro de tres y seis años. Es la última oportunidad, o tal vez ya es tarde…
Debemos analizar las reacciones de Marko Cortés y de Alito Moreno ante los resultados de la elección del 2 de junio, y darnos cuenta que siempre hubo una desconexión entre lo que esperábamos un grupo amplio de votantes de oposicion y el escenario mucho más conservador (realista) de las dirigencias partidistas.
Esas dirigencias sabían que sus partidos no tenían ya la capacidad organizativa de antaño, que no había chance de ganarle a Morena y que esta elección iba a ser el reflejo de la caída que han venido teniendo como organizaciones políticas. Dicho de otra forma, los dirigentes tuvieron en la derrota su recompensa personal, que era exactamente la que habían proyectado.
Los votantes de oposición debemos darnos cuenta que el PRI y el PAN no tienen la fuerza necesaria, ya no para derrotar a Morena, sino para al menos ser una oposición funcional. Están secuestrados por grupos partidistas y eso los define y limita.
La siguiente parada es la elección del 2027, el tiempo sigue corriendo y es urgente organizar un frente opositor ciudadano, sólido, crítico y propositivo ante los difíciles siguientes años que viviremos.
Desde 2022 estuve opinando a amigos y a algunos "analistas" que para conocer con más precisión lo que los electores querían como candidatos y consecuentemente, futuros gobernantes, la Oposición "debía" hacer Estudios Psicológicos a muestras científicamente calculadas en cuanto a sus tamaños y, con preguntas sencillas e inteligentes, obtener los perfiles que se requerían para ganar, así como las estrategias que "debían" tener las campañas. Sigo sin entender, porqué prefirió, prefiere y posiblemente preferirá utilizar sus "sagaces" (?) análisis para saber lo que la gente quiere.