¿Quién es el ideólogo de la nueva Corte?
La nueva Corte se somete a una teoría peligrosa.
Hasta hace poco, la Suprema Corte era el último dique frente a los abusos del poder. Desde 1995 —y sobre todo después de 2011— su referente era claro: Ronald Dworkin, el filósofo que creía que el trabajo del juez es proteger los principios constitucionales, incluso contra el Congreso. Esa Corte murió en agosto de 2025.
Hoy vivimos bajo una lógica importada de otro teórico: Jeremy Waldron, el hombre que sostiene que los jueces deben dejar que los congresos decidan sobre los derechos. Esa idea puede sonar muy democrática en Harvard, pero en México es la receta para la tiranía.
La nueva ministra María Estela Ríos González lo dijo sin matices en el pleno:
“…creo que debemos ser respetuosos de la voluntad del legislativo y no asumirnos más allá de nuestras facultades, si el legislativo ha emitido nuevas normas es porque ha sido elegido democráticamente…”
Traducido: la Corte debe convertirse en una oficina de refrendos del Congreso.
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Democracia no es sólo contar votos
Dworkin veía a los jueces como guardianes de los principios. No creía en mayorías infalibles y por eso defendía la revisión judicial: para que los derechos no dependieran del humor político del momento. Para él —y para cualquiera que crea en el constitucionalismo serio— democracia no es sólo contar votos, sino garantizar condiciones de igual respeto y participación. Democracia es gobierno de mayorías que respeta los derechos fundamentales de las minorías, y ahí el control judicial es pieza crucial.
La receta de Waldron y el autoritarismo mexicano
Waldron plantea que si un país tiene un congreso razonablemente decente, los desacuerdos sobre derechos deben resolverse ahí y no en los tribunales. Suena bien, pero para que funcione se requieren tres condiciones mínimas:
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