Palestina es el Ayotzinapa global
La “causa Palestina” se ha convertido en el Ayotzinapa del mundo: un símbolo moral vaciado de verdad y manipulado por regímenes y fanáticos para desestabilizar en nombre de la compasión.
Esta semana se cumplieron dos años del ataque terrorista de Hamás a Israel, y es claro que la “causa Palestina” se ha convertido en un estandarte utilizado por gobiernos y grupos de todo el mundo para fines que nada tienen que ver con la paz. Me recuerda a lo que el obradorismo hizo con Ayotzinapa: una causa aparentemente moral, usada por las peores personas para provocar un cambio de régimen. Del mismo modo, Rusia, Catar, Irán y, detrás de todos, China, instrumentalizan el palestinismo para sus propios intereses.
Digo que es una causa “aparentemente moral” porque, como Ayotzinapa, apela a un sentimiento legítimo. Todos queríamos que los estudiantes aparecieran vivos, aunque aquella noche salieran a delinquir o aunque en las normales rurales se trafique droga, se financie la guerrilla y se invoque el fin del capitalismo. Lo mismo ocurre con la idea de un Estado palestino: en abstracto, cualquiera puede simpatizar con la libertad y la autodeterminación, aunque esa causa nuble el hecho de que esos territorios están dominados por fundamentalistas asesinos que llevan décadas saboteando su propia soberanía.
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Debe haber gente que genuinamente desee la paz —esta misma semana se anunció un posible cese al fuego—, que todavía sueñe con la ilusión del Estado palestino, pero eso nada tiene que ver con el uso político del palestinismo, que es lo que critico. El relato sostiene que Israel comete un “genocidio” en Gaza, que actúa como brazo armado del imperialismo y que liberar al pueblo palestino equivale a derribar ese yugo abstracto llamado Occidente, encarnado en Estados Unidos.
Sobra decir que no hay ningún genocidio, y que sí los hay auténticos que no despiertan el mismo interés: en Sudán, Nigeria, Etiopía o con los uigures en China. “Genocidio” significa el exterminio sistemático de un grupo humano por etnia, religión o raza: precisamente lo que Hamás desea para los judíos, y lo declara abiertamente en su carta fundacional. Pero en el palestinismo no importan los hechos ni los términos legales, importa el espectáculo de la virtud: el postureo moral, la compasión imaginaria que da sentido a quienes abrazan la causa para sentirse justos.
Hace tiempo se señaló lo absurdo de que grupos progresistas y minorías sexuales de Occidente apoyen al palestinismo, cuando sus prácticas sólo tienen cabida —irónicamente— en Israel. Pero a eso hay que añadirle la estupidez. Un ejemplo reciente es el concierto organizado por el gobierno de la Ciudad de México en el Zócalo, donde se corearon mantras palestinos mientras aquí hay cientos de miles de muertos a manos de nuestros propios narcoterroristas y vivimos bajo un régimen autoritario. Fue el propio gobierno quien pagó el espectáculo con los impuestos de los mexicanos, no para exigir el fin de la guerra en Sinaloa, los campos de exterminio en Jalisco o el saqueo fiscal, sino para rendir culto a la causa moral de moda.
Tampoco sorprende que propagandistas del mismo gobierno se lanzaran al mar para provocar su detención por Israel y volver como mártires: la victimización es la presea más codiciada de este relato. Así como el obradorismo instrumentalizó Ayotzinapa —y ahora lo hace con el palestinismo para su propio usufructo interior—, gobiernos y movimientos alrededor del mundo explotan la causa. Marchas, mítines, disturbios, saqueos y ataques terroristas en todo Occidente forman parte del repertorio, impulsados sobre todo desde universidades y medios de comunicación, receptáculos naturales de propaganda, donde las ideas circulan y se distorsionan.
“Me recuerda a lo que el obradorismo hizo con Ayotzinapa: una causa aparentemente moral, usada por las peores personas.”
Se organizan flotillas, conciertos, rezos colectivos y rituales encabezados por sacerdotes-propagandistas —como Greta Thunberg, por poner un nombre— que venden compasión empaquetada en consignas. Como con Ayotzinapa, nada es orgánico: es un ataque calibrado a las entrañas de Occidente que se gana los aplausos de millones de incautos, cuando en el fondo son nuestros propios verdugos buscando el poder.
La mejor prueba es que, si en efecto acaba la guerra en Gaza como se anunció, el palestinismo seguirá vivo como movimiento, exigiendo ahora justicia, profiriendo la clásica consigna de que “entre el mar y el río, Palestina será libre” —una insinuación de la destrucción de Israel—. Se seguirán organizando marchas, protestas en universidades y campañas en medios, repitiendo los mismas enredos. Porque, como enseña la máxima de la propaganda —hoy más vigente que nunca—, el asunto nunca es el asunto: el asunto es la revolución.
Esquirla
Circuló en redes que Tulum atraviesa una crisis: hoteles clausurados, restaurantes vacíos y playas desoladas. Se dice que el nuevo aeropuerto y la estación del Tren Maya están casi abandonados y decenas de negocios quebrados. Como vivo en el sureste, quise comprobar si era el típico rumor del ciberespacio. Y no: sí es cierto. Sobre Tulum parece haberse estacionado un huracán indefinidamente. Las causas aún no están del todo claras, pero los locales repiten el diagnóstico: taxistas criminales, precios abusivos, inseguridad, corrupción, contaminación y mala planeación. Una degradación típicamente mexicana, como la de Acapulco, que pasó de destino del jet set mundial a muladar nacional.




Lo que más me duele es la estupidez y falta de análisis de tantos jóvenes en el mundo. En Europa los jóvenes están viviendo en carne propia la destrucción que causa el Islamismo radical y aún así salen a apoyar a los terroristas, mientras que en Estados Unidos los grupos woke son azuzados por agitadores en las universidades y en Latinoamérica lo hacen solo por imitación y por los grupos “comunistas” de siempre
Excelente reflexión sobre dos hechos que se han utilizado para múltiples fines pero no para atender/resolver el problema de fondo, sino para exacerbar odios.