Palabras que espantan
Decir que la autoridad moral del presidente está por encima de la ley no es un juego de palabras.
Muchos atestiguamos con espanto –aunque no sorpresa– cuando el presidente finalmente confesó lo que habían indicado sus convicciones por tantos años: que piensa que su autoridad moral y política está por encima de la ley. Lo sabíamos, pero la verbalización espanta porque se puede convertir en decreto.
No sé de cuál manual premoderno acuñó esa reflexión, pero la han estado recogiendo –como es costumbre– los voceros del régimen en los medios para afianzarla como una idea legítima e inofensiva. El argumento es que la autoridad moral de López Obrador está por encima de la ley porque ganó democráticamente por amplio margen y tiene el beneplácito del “Pueblo”.
Esta es la interpretación más rudimentaria de democracia que existe, la más cercana a la tiranía de las mayorías y del voto a mano alzada en kiosko de pueblo, y representa el fin de la democracia constitucional. Para esta versión precivilizatoria de democracia directa, el voto originario es un cheque en blanco para hacer lo que se quiera, incluyendo por supuesto violar la ley y destruir instituciones; porque, estirado el argumento al máximo, el líder se convierte en el soberano, en la encarnación de ese supuesto “Pueblo” y, en consecuencia, lo que haga él es la voluntad popular misma.
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