A nadie le sorprende que el régimen convocara a un mitin el pasado 6 de diciembre, arropado por las llamadas fuerzas vivas —cuyos mayores contingentes fueron maestros y obreros acarreados—, tal como lo hacía el viejo PRI. Tan sólo este año Sheinbaum lleva tres: el de marzo contra los aranceles de Trump, el de su primer año de gobierno y ahora éste. Y vienen más. Todos pagados, desde luego, con nuestro dinero.
López Obrador convocaba con la misma frecuencia y por cualquier cosa: la inauguración del movimiento, los aniversarios de la victoria, los informes, las contramarchas a sus adversarios. Teníamos un Zócalo tapizado cada estación del año.
Próximamente en el último podcast del año: Úrsula Camba sobre el mito e historia de la Malinche.
La movilización es el alma del movimiento. No sólo es la imitación corporativa del priísmo, también fue su herramienta cuando eran oposición: desde el “fraude” de 2006 hasta la agitación alrededor de Ayotzinapa.
Lo curioso es que las llamadas oposiciones —no necesariamente partidistas— han caído en lo mismo. El sexenio pasado hubo marchas para defender al INE, al Poder Judicial y para ungir a Xóchitl, ninguna de las cuales sirvió de mucho. Ahora están las de la llamada Generación Z: primero la original, que acabó en represión; luego una bastante desangelada; y este próximo sábado, otra.
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