Los intelectuales y la elección
Los intelectuales mexicanos habitualmente se aproximan a la política sin asidero en la realidad. Escribe Raudel Ávila en su columna dominical.
En fechas recientes han aparecido notables ensayos de tono taciturno escritos por algunos de nuestros más reconocidos intelectuales. Algunos aparecen como textos de revista, otros como libros y uno que otro como artículo periodístico de fondo. Es una tradición muy mexicana, y si me apura usted, muy latina. El intelectual lamentándose de las limitaciones políticas del pueblo del que forma parte, el intelectual quejándose por la desinformación de la población, el intelectual regañando al electorado desde la tribuna de la que pontifica con autoridad académica. Nuestros ciudadanos no están a la altura de nuestros genios intelectuales, parecen decirnos. Me pregunto si no es al revés. Resulta más o menos llamativo el tono apocalíptico “todo salió mal porque no me hicieron caso”, “todos están equivocados o son ciegos a la realidad menos yo”, “no saben lo que viene, y eso que yo se los advertí a tiempo.” Cierto que se trata de un enfoque muy improductivo, prácticamente estéril, pero ante la falta de lectores o la falta de atención de los mismos, queda la autocomplacencia de “se los dije, soy tan brillante y aún así no me escucharon.”
Esto pasa en todos los pueblos políticamente atrasados, sean europeos o latinoamericanos: España, Italia, Portugal y toda América Latina. Siendo los lectores y los autores una minoría políticamente insignificante, estos últimos enfurecen por su incapacidad de influir sobre la opinión pública, si es que tal cosa existe en esos países. Hay en esto mucho de impotencia y otro tanto de soberbia. En los países desarrollados de habla inglesa, francesa, alemana, japonesa o sueca por mencionar algunos, el intelectual pone sus libros e ideas a consideración del público en la más modesta de las bibliotecas públicas provincianas. Es parte de su contrato de publicación de libros. Por eso, desde el siglo XIX Charles Dickens o Chesterton dejaron de lado la metrópoli londinense para ir a conocer y platicar con posibles lectores en los condados rurales de Estados Unidos. Nada más lejos de nuestra tradición.
Entre nosotros, Vasconcelos alega en sus memorias que los mexicanos no supimos valorarlo, que no votamos masivamente por él para la Presidencia y no lo defendimos de la maldad de Plutarco Elías Calles. No se ría, así piensan los intelectuales latinos. Naturalmente, todo nace de una distorsión muy llamativa, la realidad no se asemeja en nada a las teorías, argumentos ni propuestas de nuestros intelectuales. Es característico de ellos que no están dispuestos a ver la realidad con ojos abiertos, sino con el filtro y las anteojeras de sus prejuicios ideológicos. Por consiguiente, el corolario no puede ser más oscuro. Si la democracia y las instituciones republicanas desaparecen, será culpa de quienes no leímos y atendimos a tiempo a nuestros egregios analistas.
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