La venganza de Morgenthau
En geopolítica, la cruda realidad siempre se impone sobre el idealismo liberal, como estamos atestiguando con el espectáculo estadounidense. Escribe Raudel Ávila.
Cuando cursaba la carrera de relaciones internacionales, ninguna materia me aburría tanto como teoría de las relaciones internacionales. Me daba la impresión de que las teorías no tenían ninguna posibilidad de aplicación sobre la realidad. Había dos escuelas principales: tres mil variedades de idealismo liberal con distintos nombres, inspirado en Woodrow Wilson, y la escuela realista.
El realismo y luego sus versiones más recientes (neorrealismo, escuela inglesa, entre otras) estaba capitaneado por la figura estelar del doctor Hans Morgenthau. Morgenthau postulaba cosas muy elementales, pero no por ello menos ciertas: cada Estado mira por sus propios intereses, el sistema internacional es anárquico y, por tanto, la conducta de los Estados responde a su interés nacional, con independencia de cómo se defina la ideología del líder en turno.
Hay realidades geopolíticas inescapables, diríamos casi inalterables, que moldean la interacción entre las naciones más poderosas, así como entre éstas y las menos poderosas. Las grandes potencias delimitan su esfera de influencia a través de una red de Estados vasallos, a los que respaldan en sus disputas con otras potencias. Estas, a su vez, cuentan con sus propios Estados vasallos dentro de su propia esfera de influencia.
Simplifico, pero no tanto. Como precursores de su propia escuela realista, Morgenthau y sus discípulos reconocían a Tucídides y Thomas Hobbes. En la vida real, un practicante de la teoría realista era el secretario de Estado Henry Kissinger, quien reconociendo la importancia del realismo político servía con eficacia a su Estado adoptivo: Estados Unidos.
Ahora bien, ese marco analítico parecía explicar a la perfección el sistema internacional durante la Guerra Fría por la rivalidad entre soviéticos y americanos. No obstante, una vez finalizada la Guerra Fría, entre los académicos de relaciones internacionales se popularizó la noción de que el realismo político se había quedado obsoleto. Decían que con el fin de la historia habíamos alcanzado un orden liberal basado en reglas y con apego al derecho internacional. Un orden nuevo en el cual la humanidad caminaría imparablemente hacia el progreso y todas las naciones cooperarían y adoptarían la democracia liberal como su sistema de gobierno. Además, se instalaría una suerte de paz perpetua entre las naciones, al estilo kantiano, pues conforme se generalizara el libre comercio, la guerra se volvería imposible.
Cuando un académico realista señalaba las inconsistencias e ingenuidad de semejante visión, siempre uno de la escuela idealista lo acusaba de belicista o nostálgico de la Guerra Fría. Era una cosa generacional: los académicos jóvenes todos creían en el idealismo liberal y los viejos se preocupaban por el choque de realidad que sufrirían los jóvenes cuando el mundo regresara a su curso normal.
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