El régimen obradorista y el pueblo mexicano finalmente demostraron a quienes lo dudábamos que sí son uno y la misma cosa. No era una mera arenga demagógica aquello de que el Licenciado ya no se pertenece: era una auténtica transubstanciación.
Una de mis propagandistas favoritas, la Lingüista del Bienestar, lo sentenció claramente: “Muchos creen que el presidente imita el hablar del Pueblo, pero no; habla como el Pueblo porque es el Pueblo”. No es que el obradorismo le haya encontrado la cuadratura electorera al Pueblo y haya aprendido a ofrecerle todo lo que desea, sino que el Pueblo mismo engendró al obradorismo y éste es su régimen legítimo.
Desde ahora empiezo a ver a muchos opositores decepcionados por la aplastante derrota saltando a la inevitable conclusión de que hay que ser un poquito como el Licenciado si se aspira a ganar elecciones. Hablar como él, ser como él, darle al Pueblo lo que quiere, apapacharlo, recorrer el país tres veces y abrazar a los narcos, esos héroes incomprendidos del Pueblo auténtico que es víctima de sus circunstancias.
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