Con el regalito que el exsecretario de Justicia Zaldívar –el más indigno de los ministros de que se tenga memoria, un traidor a la república y a la división de poderes– le dio al régimen renunciando anticipadamente a su término, el Licenciado pudo nombrar a otro ministro a modo.
El procedimiento es de por sí kafkianamente autocrático. Primero, se supone que un ministro no puede renunciar salvo por causa grave. Pero la causa grave siempre es ambigua y Zaldívar dijo que quería perseguir sus sueños: seguir sirviendo al régimen –sólo que abiertamente–, y escuchar a Taylor Swift. Ni modo, al Licenciado le tocó nombrar a otro ministro, pero no durante el tiempo que le quedaba a Zaldívar –que era un año–, sino tres sexenios más. De paso le quitó la designación al siguiente presidente.
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