Nueva York sigue siendo la gran cosmópolis. En cualquier elevador o restaurante uno se encuentra con decenas de nacionalidades. No debería sorprender, entonces, que un joven no blanco, protestante ni anglosajón —WASP, como le llaman allá al perfil tradicional— aspire a gobernar la ciudad de los rascacielos.
He argumentado aquí por qué el Islam es inherentemente violento. Con esto quiero decir que los preceptos básicos de su teología inevitablemente llevan a la violencia, particularmente tres:
Que se proclama como la revelación definitiva, tras la cuál no puede haber otra, lo que la hace especialmente intransigente;
Que nació con un llamado violento a la conversión de los infieles;
Que desde que nació dividida entre dos facciones, su guerra es fratricida y no tiene solución.
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