La Corte en manos del Pantone
Hugo Aguilar Ortiz no llegó a la presidencia de la Suprema Corte por mérito jurídico sino por utilidad política.
La imposición de Aguilar Ortiz, un desconocido en el ámbito judicial, es la consecuencia más cruda de la llamada reforma judicial del bienestar: un mecanismo electoral que exige la votación más alta para encabezar la Corte, pero que en la práctica se alimentó de acordeones para inducir el voto distribuidos por el poder.
No es académico ni litigante de prestigio ni juez de carrera. Su único capital es político, y ni siquiera propio: la cercanía con Andrés Manuel López Obrador, quien ya lo había colocado en el Instituto Nacional de los Pueblos Indígenas. La Corte —que incluso en épocas autoritarias reunió figuras con trayectoria— se convierte hoy en vitrina de lealtades, no en guardián de la Constitución.
El fetichismo identitario
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