Más allá de la coyuntura actual y las vicisitudes temporales (escribo estas líneas sin saber quién será el nuevo presidente) México tiene un gran pendiente: un nudo visceral –quizá de nacimiento– que no hemos podido desanudar. Ni los trescientos años virreinales, ni los caudillos decimonónicos, ni la Revolución y su régimen heredero, pudieron aclararlo:…
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