Entre el autoritarismo y la anarquía

Lo que prometía ser un regreso al orden terminó en caos y dispersión del poder.

The Star falling into the Pit of Hell and the Plague of Locusts, by Georg Lemberger, c. 1523.

Me imagino que muchos mexicanos creyeron que el regreso del viejo régimen traería orden. Esa fue, en buena medida, la promesa de López Obrador, y no era una promesa menor: tras dos décadas de democracia liberal, habían recibido un país más abierto, pero también más descompuesto. Un país con poderes fácticos emancipados, territorios ingobernables y autoridades disminuidas.

El diagnóstico popular era elemental: antes parecía haber control. Las mafias obedecían, los gobernadores y sindicalistas pedían permiso, los poderes de la unión se sometían. Así que cuando apareció un candidato con voz de caudillo y promesas nostálgicas, muchos pensaron que finalmente alguien regresaría a ese orden.

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Y durante un tiempo pareció que así lo haría. Al menos en la superficie, la destrucción de las reformas liberales apuntaba a un nuevo centralismo: concentración presupuestal, militarismo, desaparición de contrapesos, negociación con criminales. Pero el presidente fue cometiendo un error decisivo: en lugar de fortalecer la institución presidencial —lo que es la investidura—, la diluyó. Destruyó los propios equilibrios de esta silla, pero no para erigir un Estado fuerte, sino para concentrarlo en sí mismo.