En defensa del PRIAN
Xóchitl Gálvez ha cometido el error de ceder al estigma moral que el obradorismo hace de los partidos que la postulan, en lugar de reivindicarlos. Escribe Raudel Ávila.
En estos días circuló en redes sociales un video del expresidente Vicente Fox explicando los logros de su gobierno y desmintiendo algunos de los ataques del obradorismo, para concluir con una invitación a votar por Xóchitl Gálvez. El spot es breve pero eficaz, contundente y recuerda al mejor Vicente Fox: el candidato. Ése que se mantuvo invicto electoralmente (diputado, gobernador, presidente) pero que además le ganó elecciones al PRI hegemónico, cuando se trataba del “partidazo.” El empresario combativo que alzaba la voz y era categórico en sus apariciones mediáticas, el mismo cuya obstinación sacó al priismo de la Presidencia de la República, logrando finalmente la alternancia. Poco queda de eso en el recuerdo de mucha gente, pero el hecho es que en su momento fue un candidato que entusiasmaba multitudes. Entre otras cosas, era un candidato con capacidad de conexión en todas las clases sociales y con la habilidad para hacer campaña lo mismo en colonias populares y pueblos lejanos que en el Club de Industriales en la Ciudad de México. Es extraño cómo el PRI y el PAN se vaciaron de figuras de este tipo. Si bien López Obrador ha caricaturizado a los candidatos del PRIAN como hijos del privilegio, desprovistos de sensibilidad social y ajenos a la realidad de la mayoría de los mexicanos, la verdad es que no todo es caricatura y los políticos de esos partidos perdieron mucho toque popular. Además, después de la paliza electoral del 2018, esos partidos arrastran un desprestigio difícil de sacudir. Dije difícil, no imposible.
Uno de los ataques de Sheinbaum que más fuerte le pegó a Xóchitl en el primer debate fue el de “candidata del PRIAN”, pero le pegó precisamente porque Gálvez parece pensar igual que el obradorismo respecto a esos partidos. No se asume como su orgullosa candidata, sino que es notorio que le avergüenzan e incluso les reprocha que no le han dado suficiente respaldo político y financiero. Esto ya lo vivimos y es muy penoso que la oposición no aprenda las lecciones correspondientes del pasado, sobre todo uno tan inmediato. En 2018, José Antonio Meade fue postulado por el PRI a la Presidencia de la República y se pasó toda la campaña presumiendo que él no era militante de ese partido. Tratando de tomar distancia de la institución que le prestaba sus siglas para estar en la boleta, peleándose con los dirigentes del partido a escala local y ninguneando a sus otros candidatos y militantes. Las anécdotas son numerosas y, sin duda, en ellas tuvo parte también la arrogancia del priismo. No obstante, debió quedar claro que un candidato postulado por cualquier partido no puede ni debe negar la cruz de su parroquia. El costo de ser el abanderado de un emblema partidista de todas maneras lo pagará, pues sus oponentes, detractores y medios de comunicación enfatizarán que “es el candidato o candidata del partido X”. No hay manera de evadir un señalamiento tan evidente y cierto. De modo que, si el costo ha de pagarse ineludiblemente (y claro que hay un costo, pues todos los partidos arrastran algún escándalo), ¿por qué no mejor asumir sus beneficios?
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