El peso de la palabra presidencial
El nuevo libro del periodista Ciro Gomez Leyva 'No me pudiste matar' llega a una conclusión escalofriante.
Hay diferentes versiones de esta anécdota, como sucede siempre con la política mexicana, tan pobre en la recolección de testimonios directos y memorias sinceras de la clase dirigente. Refiero lo que a mí me platicaron, sin certeza sobre su veracidad, pero con claridad sobre su propósito ilustrativo.
En una ocasión, el presidente López Mateos estalló, harto de Rubén Jaramillo: “Ya no tolero a ese hijo de la chingada. ¿Qué? ¿Nadie puede ponerlo en cintura?” Lo escuchó uno de sus colaboradores, quien, según le versión de la anécdota, pudo ser el secretario de gobernación, el de la defensa u otro. Lo mismo da.
Días más tarde, Jaramillo fue masacrado junto con su familia con lujo de crueldad. López Mateos no podía creerlo, suponía que todo se quedaría en un arrebato entre confidentes. Ahora él pasaría a la historia como un violentísimo represor de disidentes y un asesino de familias inocentes. López Mateos pensaba, de nuevo, según esta versión de la anécdota sin confirmar, que alguna autoridad encarcelaría a Jaramillo y lo sacaría de la jugada política. Posiblemente lo torturarían en la cárcel, costumbre frecuente de la época, pero saldría meses o años después “ablandadito” a continuar su vida, aunque sin mucho ánimo de participar en la política y seguir incomodando al régimen. O bien, como solía suceder también en el priísmo, era posible que estando en la cárcel, le ofrecieran a Jaramillo un trato que no pudiera rechazar y lo cooptaran.
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Como nada de eso sucedió, el presidente aprendió a la mala que la palabra presidencial tiene un peso impresionante. Nunca faltan los amigos, aliados, colaboradores, aduladores, criminales y hasta enemigos dispuestos a satisfacer la más mínima de las ocurrencias presidenciales. Pocas cosas tan rentables en México como el hecho de que el presidente te deba un favor. Ya sea por haberle procurado un beneficio o por guardar el secreto y la complicidad de uno de esos actos oscuros que todo ser poderoso guarda en el armario de sus cadáveres. La anécdota puede ser un completo invento para limpiar la memoria de López Mateos, pero se convirtió en una enseñanza repetida entre los viejos priístas: Cuidado con lo que dice el poderoso.
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