El orden de la mafia y la voracidad del régimen
En México ya no hay un gobierno: hay una maquinaria extractiva que ocupa el poder sustentada en la corrupción, la violación constante de la ley y en pactos mafiosos.
Mientras estábamos distraídos viendo cómo había un cambio de tribu en el control de la Fiscalía, la ministra Batres y el séquito del acordeón que la sigue en la Corte buscaron violar la Constitución reabriendo sentencias pasadas para poder extorsionar a empresas y personas involucradas mediante nuevas resoluciones.
Cambiar sentencias no se trata de venganzas personales de la ministra o del régimen contra enemigos: es la instauración de un régimen mafioso, donde cada integrante con un cargo de responsabilidad pueda extraer su parte o hacerse de recursos usando su poder.
Por supuesto que no tienen capacidad para dimensionar el daño estructural que podrían causar al Estado de derecho y, por lo tanto, a la inversión, a la economía y a la gobernabilidad del país.
Y como además el presupuesto público es el botín del régimen, la estructura de movilizadores y las clientelas electorales de los programas sociales se están financiando con deuda pública: impuestos a futuro que pagarán nuestros hijos y nietos.
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En ese mismo sentido del saqueo, les puedo contar que el Fiscal fue exiliado porque quiso usar la información que tenía para que lo dejaran participar en el negocio del huachicol. Las filtraciones con las que envió sus mensajes tocaron lo más profundo de la cloaca cuando avisó que había hecho testigo protegido a Raúl Rocha, el dueño de Miss Universo.
Gertz Manero resultaría muy costoso para esa mafia. Costoso en términos de repartir el botín del huachicol. Los costos políticos ya no parecen importarles mucho. Dan por hecho que el mecanismo de programas sociales, aunado al relato populista, el control total de los órganos y tribunales electorales, las alianzas con el crimen organizado, la lealtad del Ejército y la impunidad, les garantiza conservar el poder.
Además de aprovechar el cambio para poner a una incondicional —Ernestina Godoy— el mensaje a la ciudadanía de que el crimen organizado está por encima de la ley, y hasta del Fiscal general, es fundamental. El fenómeno afecta ya a todos los niveles de gobierno y a la sociedad en general, marcando la línea moral y de actuación de quienes deberían cuidar y mantener el Estado de derecho. Es precisamente al revés.
La corrupción y las relaciones de complicidad, como en las mafias, son el cemento que más o menos cohesiona a este tipo de regímenes, aunque todo es volátil e inestable. Y para poder operar necesitan la erosión de las instituciones y de los valores cotidianos: normalizar crímenes, violencia y escándalos al tiempo que debilitan a las familias, los medios críticos, instituciones e iglesias.
Parece que el Viejo Oeste o el antiguo orden de la mafia en Sicilia son buenas referencias de lo que nos aqueja pero con las particularidades del siglo XXI.
—Voyeur de Venal




