El mundo conspira contra el Nobel de Trump
Un corte de caja global antes de que cierre el año. A manera de lectura preliminar del año, dejemos por un momento la trama nacional para darnos una vuelta por el mundo.
Como anticipamos en este espacio, la llegada de Sanae Takaichi como primera ministra de Japón sacudiría las relaciones de fuerza en la región. La señora Takaichi entró con todo: se rebeló ante China y ante EE.UU. al mismo tiempo, revivió para sus audiencias la visión del Japón imperial e inició el rearme de sus ejércitos. Ratificó su intención de defender a Taiwán en caso de invasión y dejó claro que los aires chinos ya no son los únicos que mueven los hilos en Oriente.
Frente a los desplantes y cambios de señal de Trump, dijo sin rodeos que Japón no sería ficha de cambio en la negociación entre China y EE.UU., mientras hacía públicas sus renovadas alianzas —políticas y militares— con Filipinas, India, Taiwán, Australia y, sobre todo, Reino Unido, potencia nuclear. Seguiremos atentos a la región, donde además del pulso Japón–China, el conflicto entre Camboya y Tailandia está calentando peligrosamente la atmósfera.
Próximamente en el último podcast del año: Úrsula Camba sobre el mito e historia de la Malinche.
En América Latina, el péndulo avanza hacia la derecha, empujado desde el norte por una renovada Doctrina Monroe, la llamada Doctrina Donroe, por Donald. La tendencia a sustituir gobiernos del llamado socialismo del siglo XXI es ya evidente.
Colombia podría dar el giro por el pésimo desempeño de Petro, que sí se ve que consume los propios estupefacientes que produce su país. Venezuela está en veremos, pero el Premio Nobel de la Paz otorgado a Maria Corina en Oslo acelera los tiempos. Y en Chile seguramente habrá viraje.
En Brasil, difícilmente el hijo de Bolsonaro logrará frenar la continuidad de la izquierda. De consolidarse estas tendencias, sólo Brasil y Uruguay quedarían como gobiernos de izquierda en la región —Cuba y Nicaragua no cuentan: hace tiempo dejaron de ser democracias—.
Y en México, aunque nuestro desfase histórico frente al ciclo latinoamericano hace parecer que estamos condenados a un fatalismo eterno, todavía cabe la esperanza lejana de que 2030 sea el año en que la región forme un bloque ideológico más o menos alineado, capaz de jugar un papel relevante en el nuevo orden mundial.
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