Hace poco, el exfuncionario Mony de Swaan planteó en redes sociales una duda razonable: ¿Por qué Xóchitl Gálvez felicitó a la comunidad judía en su Rosh Hashaná (año nuevo), y Claudia Sheinbaum, siendo judía, no sólo no dijo nada sino que prefiere disimular en la medida de lo posible esa identidad? La cuestión parece trivial, pero toca las fibras más profundas del discurso político obradorista. Es tan evidente el asunto que ya lo retomó la prensa internacional: el Jewish Insider publicó un reportaje al respecto.
Por un lado, creo que obedece a un distanciamiento genuino, básico, formativo. Sheinbaum es secular como tantos judíos en México a los que les tiene sin cuidado la ortodoxia. La familia de Claudia huyó del Holocausto en Lituania y Bulgaria, y continuó observando algunas tradiciones y fiestas ya en México, pero, en sus propias palabras, la aproximación familiar siempre fue más a la política que a la religión. Sin embargo, una cosa es la secularidad, y otra, un aparente esfuerzo por enterrar su identidad por cálculo político.
La carta identitaria judía entra en conflicto directo con algunos postulados del régimen.
De entrada, el ambiente en el que se mueve le supone un problema. En México hay antisemitismo. No es muy exacerbado como en el este europeo, pero está ahí, soterrado, como en buena parte de la tradición hispanoamericana católica, aderezado con las clásicas teorías conspiratorias. Es sobre todo evidente en el mundo de la política. Por ejemplo, la derecha parroquial en voz de Vicente Fox llamó a Sheinbaum “judía búlgara” apelando a ese nacionalismo xenófobo para desacreditar su mexicanidad. Sin embargo, el señalamiento primigenio y la duda sobre el lugar de nacimiento de Sheinbaum surgieron de Morena, el partido en el poder y el que postula a Sheinbaum, presuntamente instigados por Alfredo Jalife.
La izquierda mexicana –especialmente la nacional-echeverrista que está en el poder– es profundamente antisemita. No sólo me refiero a los lazos estrechos entre el Licenciado y el antisemitismo británico de Jeremy Corbyn, su predilección por el putinismo, no digamos ya su radical postura pro-Hamas que propugna por la disolución del Estado judío. Esa izquierda siempre ha visto a los judíos como burgueses en el mejor de los casos, y como titiriteros del capitalismo internacional en el peor.
Sobre todo, la carta identitaria judía entra en conflicto directo con algunos postulados del régimen, compuesto por un movimiento etnonacionalista, fincado en clichés priistas de fenotipo, raza, apariencia, religión y apellido, en los que Sheinbaum no precisamente encaja: el apellido suena un poquito extranjero –medio whitexican, diría el fascismo de bronce obradorista–. Por eso Claudia antes se viste de guadalupana con huipil. Alardear ese origen sería contraproducente dentro del obradorismo y Xóchitl Gálvez parece entenderlo y estar dispuesta a ponerlo de manifiesto. No deja de ser irónico que la candidata del oficialismo tenga que ignorar su cuna para ceñirse a un relato en el que ella no es parte del pueblo bueno.
*Publicado el 22 de septiembre del 2023 en Etcétera: Liga
También es renegada, a ella no le gusta el judaísmo, no lo practica, no pertenece a ninguna comunidad, no le interesa y no la identificamos como parte de nuestra sociedad.