El joven asesino
El joven que mató a Carlos Manzo no fue víctima del sistema, sino parte activa de él.
El asesino de Carlos Manzo tenía 17 años, apenas unos meses menos que la adultez legal, lo que bastó para que buena parte de la prensa lo calificara como un “niño”. Así lo llamó sin pena la principal gaceta oficialista La Jornada y muchos otros medios y columnistas.
No era un niño. Era un adolescente tardío, casi un adulto. Adicto a las metanfetaminas, según los peritajes toxicológicos, y cuya arma había sido usada en un doble homicidio apenas en octubre, quizá por él mismo. Pero sobre todo era un asesino. Eso es lo crucial. Mató a quemarropa, de seis balazos, al alcalde de Uruapan durante la celebración del Día de Muertos, minutos después de que el edil cargara a su hijito, a quien dejó huérfano junto con su hermano y su madre viuda.
Era un sicario del Cártel Jalisco Nueva Generación. Un asesino, sin matices. Que no debió ser abatido cuando ya estaba detenido, y que quizá alguien lo mandó matar para que no hablara, es otro asunto. También yo prefiero los juicios modernos a las ejecuciones extrajudiciales. Pero eso no altera su condición de asesino.
Es costumbre nacional convertir a asesinos como éste en víctimas. “Un niño”. “Un pobre joven”. “Víctima y victimario”. Ya sea por su edad o por su condición económica, siempre se buscan atenuantes sociológicos. Pero no hay evidencia seria que vincule edad ni pobreza con la violencia homicida. Uno puede hacer muchas locuras a esa edad, sin duda, pero quitarle la vida a un hombre, a sangre fría, exige un carácter torcido y una decisión consciente de asesinar.




Tampoco la pobreza explica nada. No existe ningún estudio serio que establezca una relación causal entre pobreza y criminalidad. Es uno de los lugares más comunes de nuestra psique colectiva. Sobra decir que la enorme mayoría de los pobres jamás comete un crimen —ni siquiera por necesidad—, mientras que abundan los ricos delincuentes. En todo caso, la evidencia sugiere lo contrario: que no es la pobreza la que produce criminales, sino la criminalidad la que reproduce pobreza.
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