El populismo es una gran fiesta la mayor parte del tiempo. La gente está feliz, feliz, feliz. Celebra con relajo garnachero los maravillosos días que le han llegado a la nación desde que encarnó a su líder. Se ha recuperado el “sentido de lo público”, dicen los corifeos en los canales de propaganda. Se está rescatando a ese Estado expoliado por los traidores de la patria y se le está devolviendo al Pueblo lo robado.
El líder carismático es capaz de transmitir una sensación de calidez mediante la concentración excesiva de poder como un monarca omnipresente. Si los presidentes de la época democrática eran débiles y distantes, el caudillo nunca nos abandona. Además, el reparto de dinero es concreto y palpable. El contraste da la impresión de que hay alguien al mando con quien tenemos un vínculo directo.
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