El Encuentro Vuelta y la nueva Rusia
Ni los grandes intelectuales congregados por Octavio Paz en la Ciudad de México en 1990 pudieron pronosticar el destino de Rusia.
En 1990 Octavio Paz organizó el Encuentro Vuelta que fue transmitido por Televisa, lo cual nos habla de la gran influencia del poeta mexicano al convencer a Azcárraga Milmo de transmitir una serie de programas donde gente mayor de otras latitudes hablaba múltiples lenguas que tenían que ser dobladas al español.
Los filósofos, académicos, escritores y figuras políticas que acudieron eran del más alto octanaje. Se trataba del quién es quién del mundo intelectual y de las letras globales. La importancia del evento radicó también en que Paz, a través de su impresionante red de conocidos influyentes en todo el planeta, logró que vinieran a la Ciudad de México disidentes y críticos de los regímenes comunistas de Europa del Este y de la Unión Soviética.
Poco tiempo después, el grupo Nexos organizó su Coloquio de Invierno en Ciudad Universitaria, con figuras importantes pero no del mismo calibre. Carlos Fuentes era menos influyente en el mundo que Octavio Paz y se notó. A diferencia del Encuentro de Paz, el del grupo Nexos no buscó una interlocución con los disidentes del bloque del comunismo realmente existente. El Coloquio de Nexos fue más bien una reacción por el miedo a perder influencia intelectual en México después del impresionante Encuentro organizado por Paz.
Ahora bien, durante el Encuentro Vuelta se discutió el significado de lo que parecía el fin de una ilusión y de un proyecto ideológico y político fundado en las ideas marxistas fundamentalmente. La Perestroika de Gorbachov todavía era una esperanza, aunque ya muchos comentaristas percibían su insuficiencia. Estábamos en 1990 y la Unión Soviética aún no había colapsado. Gente como el gran intelectual húngaro, Ferenc Féher, vaticinó incluso el arribo de un nuevo intelectual postmaquiavélico, inspirado en la acción política de Václav Havel y otros pensadores que habían decidido hacer oír su voz. Fue una pena que se equivocara.
Lo que se palpaba era la convicción de muchos de los intelectuales en el Encuentro, de la necesidad de que detrás de la Cortina de Hierro por fin se pusiera en práctica la democracia liberal en el orden político y el libre mercado en el económico. Faltaban casi diez años para la llegada de Vladimir Putin al poder en el Kremlin y nadie mencionó —quizás con excepción de Mario Vargas Llosa— la posibilidad de que la URSS descendiera hacia un modelo más autoritario que el comunista.
Mientras los intelectuales en el Encuentro Vuelta diagnosticaban el fin del marxismo, ya se preparaban filósofos, académicos e intelectuales en la Unión Soviética para repensar Rusia sobre bases que no tenían nada que ver con la democracia liberal. Que yo recuerde, nadie en el Encuentro Vuelta mencionó la palabra eurasianismo. Y, sin embargo, las discusiones sobre su significado se realizaban quizás subterráneamente en la URSS de Gorbachov y, ya abiertamente, en la Federación Rusa de Boris Yeltsin. No la democracia liberal sino el autoritarismo euroasiático era el futuro de Rusia.
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