El drama de un robo
La inteligencia artificial ya está en México, provocando reacciones y amenazando industrias.
No contento con haber hecho una desastrosa elección judicial donde participó menos del 10% de los mexicanos, el INE se robó la emblemática voz del actor fallecido Pepe Lavat que seguramente ustedes recuerdan por haber doblado toda la vida a Morgan Freeman y ser el narrador de los documentales de National Geographic. Esa voz grave e inconfundible.
En un spot del propio instituto realizado con inteligencia artificial, la voz de Lavat agradece a los mexicanos por su participación (aunque ésta haya sido casi nula). Desde luego que ni avisó a los familiares ni pagó una retribución. La viuda de Pepe, quien posee los derechos, se enteró porque le avisaron amigos y le sugirieron que demandara.
La ley mexicana por supuesto no regula a la inteligencia artificial y los legisladores ni siquiera están actualizados en los debates del mundo. Apenas surgió un diputado del PAN, Emilio García González, con una iniciativa aún pendiente, pero de momento el INE no violó ninguna ley porque la ley no existe e incluso no ha podido retirar el spot debido a “complicaciones administrativas.”
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Todo este drama animó a varios sindicatos, entre ellos la famosa Asociación Nacional de Actores (ANDA) el domingo pasado a protestar en el Monumento a la Revolución exigiendo que el Estado los proteja laboralmente. Dicen que no están en contra de la tecnología, simplemente quieren que “se regule” —lo que sea que eso signifique— y que les paguen en casos como los de Pepe.
A estas alturas de la historia uno no puede ser ludita —aquellos ingleses que protestaron contra la revolución industrial y perdieron— y oponerse a la tecnología, pero los manifestantes tienen razón en casos específicos como éste, donde el robo y reproducción de una voz debería ser penada.
El gran problema para ellos es que ése es el menor de los casos. Simultáneamente, el banco Santander emitió un anuncio creado enteramente con inteligencia artificial en donde prescindió de actores, guionistas, directores, maquilladores y escenógrafos — toda esa industria que alimentaba al cine y a la publicidad. La propia ANDA calcula que con ese spot se perdieron unos cien empleos directos.
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