El deber de la esperanza
La falta de serenidad analítica y propositiva en la oposición
Ayer circuló profusamente en redes sociales el breve discurso de Lawrence Wong, Primer Ministro de Singapur, quien explica con tono calmado pero firme, la seriedad de la situación internacional actual a sus conciudadanos.
Wong no levanta la voz, no brinca, no grita, no se disfraza con vestimentas llamativas y folclóricas para establecer un statement como dicen ahora, no requiere modificar la modulación en ningún sentido, tampoco emplea el sarcasmo (arma predilecta del resentimiento), ni hace bromas y chistes. No se ve guapo, ni simpático ni recurre a chantajes emocionales. Se ve, simplemente, serio y, por tanto, auténtico. Es más, ni siquiera montó un escenario y una tribuna para pronunciar exaltado su discurso, sino que aparece sentado en su oficina. Nunca nos extorsiona con emociones, ni pretende conmovernos hasta las lágrimas.
Hace varios años, en un artículo sobe las diferencias de Uruguay con el resto de América Latina, Vargas Llosa decía palabras más, palabras menos:
“… dichosos los países gobernados por políticos aburridos, pues son los que han alcanzado una deliberación pública desapasionada y por tanto, la tranquilidad que produce el desarrollo.”
Wong no intenta ni necesita posar en su discurso para ser lo que no es. De manera muy reveladora, el único momento en el cual sonríe y por eso su sonrisa parece honesta en tanto no abusa de ella, es cuando dice que confía que sus compatriotas prevalecerán ante las adversidades si permanecen unidos y apostando a la formación de su propio capital humano. Admirable de verdad. Es un momento de aire fresco en la política mundial, contaminada por el histrionismo y la histeria gritona de tirios y troyanos.
Hace rato que no veía yo un líder internacional en todos los países occidentales, de izquierda o derecha, sin abusar del efectismo barato que ha inducido la proliferación de las redes sociales, en especial TikTok. El único adjetivo que le viene a uno a la cabeza cuando ve o escucha el mensaje político de Wong es “profesional.” No en balde, se trata de un servidor público de carrera, es decir un burócrata de larga trayectoria. En fin, que resulta difícil no evocar el título del libro del analista geopolítico Parag Khanna, The Future is Asian. Y sí, pues pareciera que son las democracias asiáticas las únicas que aún no han sido afectadas por el virus populista.
El problema del populismo no es que trastorne únicamente a los gobernantes, sino que la oposición se vuelve igualmente histriónica e histérica, plagada por la pose de lo políticamente correcto. Es Ricardo Anaya comiendo un taco con gesto apenas ocultable de desagrado por la tarea obligatoria de fingirse cercano a la gente. Pero es también Xóchitl Gálvez brincando como adolescente inmadura e incapaz de controlar sus emociones cuando le entregan el documento que la acreditaba como candidata presidencial de la oposición. Es Alejandro Moreno presumiendo que él como priísta sí sabe dar resultados, pero abandonó la gubernatura de su estado sin cumplir sus compromisos de campaña para jugar al dirigente nacional de un partido que se entregó al gobierno. Todo se ve impostado, y por eso la gente no les cree.
Uno quisiera un líder como Wong en la oposición mexicana. Uno, aunque sea uno. Ya no digo en la política, sino entre los intelectuales orgánicos de eso que se dice “oposición”. Desde que llegó al poder López Obrador en 2018, las voces opositoras no dejan de sonar como esos dementes que recorren las calles de Estados Unidos con togas y pancartas anunciando el fin del mundo, para luego exigirle al transeúnte una limosna a cambio de parar el apocalipsis. “Ya se acabó la democracia”, nos dice algún político clasista que desprecia a la gente de los barrios populares. “Estamos viviendo la inconcebible tragedia del fin de la República”, anuncia desde su mansión un intelectual multimillonario por los contratos que consiguió durante décadas con distintos gobiernos. “Ya viene la peor crisis económica de nuestras vidas, el dólar va a disparar su valor frente al peso”, profetiza un empresario o un analista económico desde un foro patronal en un hotel de lujo rodeado de magnates.
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