El canto del cisne de una generación
Ya se puede decir que la generación del 68 mexicana fracasó. Escribe Raudel Ávila en su columna dominical.
Los últimos meses y en particular después de la jornada electoral del 2 de junio, hemos presenciado en tiempo real la agonía de una generación de la elite mexicana. Una generación integrada por empresarios, políticos y, desde luego, intelectuales. Todos ellos, cabezas de su propia área a nivel nacional durante, por lo menos, las últimas cuatro décadas. Capitanes de la industria, dirigentes partidistas y autorizados personajes en materia de economía, finanzas, ciencia política, alta cultura, etcétera. Es una generación que brilló con destellos notables desde 1968, cuando surgió a la vida pública con un movimiento estudiantil. Movimiento estudiantil que presumió buscar la democratización de México, aunque sus participantes más honestos como Luis González de Alba y Ángel Verdugo al paso de los años reconocieron que tenían objetivos muy dispersos y hasta contradictorios. Una generación orgullosa de su combate al autoritarismo, que se adjudica a sí misma la democratización del país, pero que lo entregará con un sistema autoritario restaurado y más poderoso que el anterior. Se retiran a la luz de su propio fracaso, forzados por las condiciones que les imponen las circunstancias, pues ninguno de ellos pensó terminar así su carrera. México les debe mucho, pero ellos también le quedaron a deber muchísimo a México, sobre todo en su hora crepuscular.
Una generación que logró la apertura de México al mundo y rompió la cortina de nopal, para integrarnos plenamente a la economía internacional y ponernos a competir como iguales con las potencias industrializadas del mundo. Una generación que abrió los medios de comunicación mexicanos y los desprovincianizó, que reconoció oficialmente el pluralismo de la sociedad mexicana y le abrió espacios públicos de participación. Una generación que avanzó sensiblemente las conquistas feministas y disminuyó la discriminación contra las minorías étnicas y sexuales, aunque no logró extinguirla. Una generación que escribió mucho y bueno, sin lograr la publicación de ninguna obra inmortal. Una generación innovadora en las artes, pero que dudosamente alcanzará el carácter de duradera. Una generación de gigantes empresariales que llevaron un puñado de industrias mexicanas a todo el planeta pero que, a la vez, nunca lograron acabar con la pobreza extrema en el país. Una generación ferozmente contaminante que contribuyó con toda su energía al calentamiento global y dejó a México sin agua. Una generación cuyos políticos, empresarios e intelectuales se enriquecieron ostentosamente hasta desconectarse a plenitud de la vida del hombre de la calle. No sólo dejaron de entender a ese ciudadano, sino que hasta lo condenan, lo regañan y lo insultan por no compartir los valores políticos de la élite.
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