Desastre judicial
La elección judicial fue un rotundo fracaso, pero apenas comienzan sus consecuencias.
Las casillas de la elección judicial parecían uno de los pueblos olvidados que describía Rulfo: sin gente, sin alegría, sin esperanza. Prometieron una fiesta democrática y entregaron un triste funeral. Y no podía ser de otra manera. El régimen se inventó una reforma innecesaria, y fue incapaz de convencer a la gente —esa misma que recibe ayudas gubernamentales periódicamente— de perder su descanso dominical llenando boletas imposibles de comprender, para elegir personas que no conocen, que ejercerán funciones que tampoco entienden. No podía esperarse otra cosa: fue la crónica de un fracaso anunciado.
La participación fue de apenas un 13%, con hasta 20% de votos nulos o en blanco. El resultado real: entre 8 y 10 millones de votos válidos, en un país con 100 millones de electores. Un completo fiasco. Pero lo más grave es que el fracaso no detiene nada. La maquinaria oficial sigue adelante como si no hubiera pasado nada. Ahora viene lo peor: la llegada de los nuevos titulares a los órganos jurisdiccionales.
Olvidemos por un momento que la Corte Suprema será un corral de borricos. El resto de los jueces federales electos se dedican principalmente a atender juicios de amparo. Y ahí es donde la tragedia se intensifica.
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