Merece una reflexión detenida la frase que utilizó la periodista Azucena Uresti para despedirse de su programa en Milenio Televisión:
Los ciclos terminan y llegan los momentos de las definiciones. Así que, dadas las circunstancias actuales, hoy es mi último día en esta empresa y será la última vez que esté al frente del noticiario.
Siempre hay que desconfiar de las indirectas y rodeos tan habituales en México. Son refugios de la mentira, rituales del ocultamiento y estrategias de la hipocresía. Si bien son divertidos, también son máscaras de la corrupción, la debilidad, la cobardía y otros vicios que los filósofos de lo mexicano han advertido hasta el cansancio. Y son especialmente delicados en el periodismo, donde lo deseable es que fluya la información sin ambigüedades, la crítica sin edulcorantes, las denuncias sin equilibrismos y no dejar espacio para el rumor.
En una primera mirada, uno hubiera preferido que Uresti dijera con toda claridad exactamente qué sucedió. Así como le hizo unos días después Fernando Savater cuando El País de España lo despidió: dijo que lo que pasó es que el periódico se convirtió “en un portavoz gubernamental y del peor gobierno que ha tenido la democracia española desde la muerte del dictador”.
Sin embargo, el de Uresti no parece un caso de eufemismos ni de una treta escurridiza, mucho menos de cobardía. Para cualquier ciudadano atento a lo que está sucediendo en México –es decir, atento a las circunstancias actuales– la frase deja poco margen a la imaginación.
Mientras el régimen difundía a través de sus propagandistas que la periodista y la empresa habían llegado a una separación de común acuerdo dado que Uresti emprendería un nuevo proyecto en Radio Fórmula, Héctor de Mauleón reveló la verdad en su artículo Azucena y las circunstancias actuales. Según De Mauleón, Uresti fue puesta a elegir:
Como había ofendido al presidente, o dejaba Radio Fórmula, donde no podía ser controlada y con frecuencia emitía comentarios que lo hacían rabiar, o se acababa el noticiero de las 10 de la noche en Milenio, la casa donde Uresti había trabajado durante los últimos 20 años.
Es así entonces que el verdadero mérito de la frase reside en que fue pronunciada en esa clave disimulada pero inteligente tan característica de los climas autoritarios, donde justamente la verdad no puede ser explícita. Es decir, Azucena pudo haber dicho que el presidente había ordenado su censura y despido. El hecho que no lo haya dicho así es lo que a su vez pone de manifiesto las verdaderas y apremiantes circunstancias actuales.
“La frase deja poco margen a la imaginación.”
Después de su anuncio, el presidente la retó veladamente a que se atreviera a decir la verdad mientras todos los tentáculos del régimen replicaban el desafío. Por su parte, Milenio publicó un comunicado para calmar las aguas y confirmar la versión de que la renuncia fue una decisión de Azucena por así convenir a sus intereses profesionales. Sólo después del inmenso y unánime apoyo de diversos sectores, incluido parte del gremio periodístico, la sociedad civil, las redes sociales, los lectores y la oposición, Uresti dijo lo siguiente:
Ante la intención de crear una confusión respecto a mi coyuntura profesional, debo decir dos cosas: primero, no cambié de empresa, pues en Grupo Fórmula he estado ya durante 5 años; la segunda, ninguno de los proyectos por venir interfería en absoluto con mi desempeño en la televisión. Agradezco a Grupo Fórmula [que], en medio de esta situación, me ha dado su respaldo, teniendo siempre como valores fundamentales la libertad de expresión y el respeto a la libertad de pensamiento y opinión, sobre todo en estos tiempos en que el periodismo está bajo acoso, bajo amenaza y bajo ataques constantes.
Al buen entendedor, pocas palabras. Uresti despejó las dudas esenciales –se trató inequívocamente de una censura–, pero mantuvo cierta cautela sobre los nombres y formas por aquello de las circunstancias actuales.
¿Y cuáles son esas circunstancias actuales?
Todos lo sabemos. No nos hagamos tontos. Ha regresado el presidencialismo despótico en su manifestación más pedestre. Es cierto que los medios tradicionales siempre han vivido presionados por el poder en turno: es parte de la atadura de su diseño, pues todos son concesionarios o viven de la publicidad oficial. No pueden deshonrar al diablo que les paga.
Sin embargo, no habíamos vivido esta atmósfera autoritaria desde la transición. Ya no sólo es la habitual presión: las llamadas a los dueños, los intercambios de críticos por propagandistas, la censura y la autocensura, todas ellas monedas de cambio del sistema mediático mexicano desde siempre. Ahora es el hostigamiento diario y sistemático, los juicios sumarios desde la mañanera en voz del presidente en contra de los medios críticos. Es el atentado a Ciro Gómez Leyva. Es el asesinato imparable de periodistas: el sexenio más mortífero desde que tenemos datos.[1] Son las amenazas abiertas a Loret y la divulgación ilegal de sus datos personales. Es el uso de la “violencia política de género” y otras herramientas ideológicas para perseguir comentaristas. Es la señorita Vilchis y su tribunal devenido en carpa. Son los linchamientos digitales a manos del régimen y sus centinelas. Es la mentira como forma de gobierno. Es la sospechosa cercanía del régimen con el crimen organizado. Son las repetidas iniciativas por “regular” las redes sociales. Es el tono. Es la degradación de la conversación. Y, lo más delicado: en su universo moral torcido, para el nacional-populismo la prensa crítica es enemiga del Pueblo, signo inconfundible ya no sólo de autoritarismo sino del resorte fascista.
Esas son las circunstancias actuales, una frase que bien puede quedar para título de libro sobre el periodismo y los medios en estos tiempos, una de esas frases emblemáticas de época que encapsula la atmósfera que nos rodea.
[1] La revista Etcétera cuenta 76 hasta noviembre del 2023. Liga
*Este artículo se publicó el 30 de enero del 2024 en Literal Magazine.
Entiendo muy bien lo de Azucena Uresti y lo que desencadenó, lo que no entiendo es porque, si desde mucho antes de ella y de la transición, personajes como Ricardo Alemán, que ya había denunciado una persecución en su contra, no se alertó o se actuó de la misma manera, a lo mejor no lo ven o lo siguen muchos, yo sí, y desde entonces ha denunciado estas artimañas en contra de quien no esté alineado con el licenciado, por ello es muy difícil avalar como dices, Pablo, el "no podía saberse" si desde mucho antes de que pasara esta lamentable destrucción ya había voces no escuchadas que lo advertian una y otra vez.