Contradicciones irresolubles
El mito del "poder ciudadano" y de los "políticos malos" que acompañó a la generación de la transición fracasó pero sigue instalado en muchos que quieren hacer política.
Uno de los libros más interesantes que se publicó el año pasado fue Why Politics Fails del doctor Ben Ansell, un joven investigador de la Universidad de Oxford en temas de filosofía política. El libro rápidamente fue traducido al español y otros idiomas, pues por vez primera la academia publicaba una obra en la que se explicó de manera sencilla y accesible al amplio público el gran dilema de la política: la contraposición entre los objetivos individuales y los colectivos.
Ansell ilustra ese dilema con los grandes asuntos políticos de todos los tiempos: Democracia, Igualdad, Solidaridad, Seguridad y Prosperidad. Lo que Ansell pretende demostrar es que, si bien esos cinco temas parecieran objetivos compartidos por toda la sociedad, en realidad su consecución presenta obstáculos casi irremontables para muchísimos electores. Así, por ejemplo, en un tema que parece compartido por todos, el de la solidaridad, sería de suponer que todas las sociedades alcanzarían un gran nivel de compromiso solidario. No obstante, la realidad es que todos somos solidarios mientras nos conviene recibir un beneficio y luego, dejamos de serlo cuando nos toca poner nuestra contribución, principalmente mediante impuestos. Es decir, todos quisiéramos ser lo que en inglés se llama free riders. Y así como explica ese tema con ejemplos muy sencillos y claros, Ansell hace lo propio con los otros cuatro que le enumeré.
Ahora bien, esto no es una reseña bibliográfica. Me interesa señalar que si el libro hubiera sido escrito en México habría requerido incluir un capítulo dedicado a la contradicción entre objetivos individuales y colectivos más patente de los últimos tiempos. En este país, el conflicto entre ciudadanía/sociedad civil y política profesional alcanza extremos absurdos. Durante años, los teóricos de la transición insistieron en que los protagonistas de la transición a la democracia fueron los ciudadanos o el ciudadano individual y que los políticos, pero sobre todo los políticos profesionales y militantes de un partido venían de las fuerzas del mal. Insólito pero mexicanísimo, en nuestro país ignoramos todos los ejemplos internacionales de transiciones democráticas donde los protagonistas eran estadistas de la talla de Adolfo Suárez y Felipe González (España), Patricio Aylwin y Ricardo Lagos (Chile) o Vaclav Havel (República Checa). Aquí la transición, según los analistas, la hicieron los ciudadanos. No se ría. Eso decían los politólogos y comentaristas más famosos. Gente como Porfirio Muñoz Ledo, Carlos Castillo Peraza y Santiago Oñate no existieron según este relato mítico. Se instaló la demagogia del poder ciudadano que la más reciente elección presidencial se encargó de desmentir con vehemencia. El problema es que ese mito, con todo y los resultados, sigue ahí.
Continúa leyendo con una prueba gratuita de 7 días
Suscríbete a Disidencia para seguir leyendo este post y obtener 7 días de acceso gratis al archivo completo de posts.