Circo
El circo es indispensable en todo sistema político. Pero importa mucho la calidad del circo. Raudel Ávila apunta a la ceremonia de inauguración de la nueva Corte.
Se dice que, desde tiempos del imperio romano, si no es que desde la república, se usaba la frase de “pan y circo” (panem et circenses) a manera de receta política para mantener controladas a las masas. De entonces a nuestros días, los intelectuales de todas las épocas y latitudes la han empleado para descalificar a los pueblos, o en épocas más recientes, al electorado. El pueblo sólo quiere pan y circo, se dice, mientras que los intelectuales tienen demandas más elevadas. Me parece que es una interpretación insuficiente de la frase.
Ciertamente no basta para alcanzar el esplendor político y la grandeza de las naciones, pero el pan y circo es indispensable en la vida pública de todas las sociedades. Sin pan, o sea alimentación adecuada para todos, no se puede hablar de una sociedad bien gobernada. Y un sistema político sin circo no inspira adhesiones populares. La diferencia es la calidad de los circos.
No he conocido en toda mi vida, un circo más fascinante que las convenciones partidistas en el Reino Unido y en Estados Unidos. Ciertamente, son 90% espectáculo y 10% ideas, pero sin ese espectáculo que acompaña las elecciones primarias, difícilmente podría nutrirse el interés de las bases partidistas y la ciudadanía por las campañas electorales modernas.
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Y sí, de circos como esos, rebosantes de espectáculo y a veces de vulgaridad, han surgido grandes estadistas de la talla de Abraham Lincoln, Franklin Delano Roosevelt o en la otra esquina ideológica, Margaret Thatcher. Esos circos de las convenciones y asambleas partidistas le dan realce, teatralidad, diversión, misterio, un toque de magia y hasta de majestuosidad al poder. Se celebran en estadios o auditorios masivos, hay música al por mayor, cantantes populares de los barrios, globos multicolor, cervezas, efectos especiales, prostitución (sí, leyó usted bien, prostitución) y fuegos artificiales como en cualquier circo, pero las convenciones partidistas son la base de las que, durante años, considerábamos las democracias avanzadas. Representan el lazo directo entre la clase política y los ciudadanos de a pie.
Quienes hemos tenido la fortuna de acudir personalmente a una o varias de estas convenciones, sabemos que contagian de una emoción y alegría intensa a todos los asistentes. Ahí, el votante y el militante más humilde conviven en la gradería con sus políticos. Pueden abuchearlos, insultarlos, aplaudirlos u ovacionarlos. Les arrojan palomitas al escenario, flores u otras sustancias fétidas inmencionables. Algunas veces hay golpes entre la concurrencia, ebriedad, silbidos, obscenidades, y un largo etcétera. Todo es parte del ritual. Exactamente igual que en un circo. En verdad constituyen la fiesta de la democracia en plenitud.
A mí no me parece mal que la nueva Suprema Corte celebre una ceremonia teatral a manera de ungimiento para la inauguración en el cargo de los nuevos ministros.
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