Carlos Manzo y nuestros verdaderos problemas
El país está fragmentado y atrapado: ni oposición nacional ni alternancia real.
Una de las lecciones políticas que aprendí al mudarme a provincia es aquel aforismo gringo que ha sonado aquí en Disidencia de la mano de Raudel Ávila: toda política es local.
Lo comprobé en carne propia. Contrario a lo que creemos los capitalinos, a los oriundos de donde vivo les importa poco —ya no digamos lo que ocurre en la capital— sino lo que pasa en zonas remotas del país. Duele que acribillen a un alcalde en Uruapan, Michoacán; que se incendie una tienda en Hermosillo y mueran 23 personas; o que explote una pipa en Iztapalapa. Pero mis vecinos de Cancún tienen otra lista de urgencias: sargazo, turismo, inundaciones, su propia versión de crimen organizado, huracanes, educación, transporte, obras públicas, inmigración.
Luego vienen las preocupaciones propias de la península. Y sólo después, si sobra algo de atención, lo que suceda a miles de kilómetros. Y no es sólo un asunto de distancia física: también es cultural. Poco tiene que ver un industrial regiomontano con un pescador veracruzano o un indígena chiapaneco. No existen muchos aglutinantes nacionales más allá de la etérea “patria”, el himno y la bandera. Y si le pides a un cancunense que defienda la división de poderes o la república, difícilmente sabrá a qué te refieres, sin importar su clase social.
Esto no significa que los problemas locales no tengan repercusiones nacionales. Nada indignó más al país entero que la desaparición de los 43 normalistas de Ayotzinapa. Pero para que un hecho local escale a nivel nacional y se vuelva consigna política de cambio, se necesita una oposición profesional: líderes, propagandistas, movilizadores, medios, gente capaz de convertir tragedias en símbolos. Es duro decirlo, pero las tragedias se manufacturan políticamente; si no, mueren. ¿Por qué creen que el rancho de exterminio en Teuchitlán, Jalisco —un crimen mucho peor no sólo que el asesinato del alcalde de Uruapan, Carlos Manzo, sino que el propio Ayotzinapa— ya quedó sepultado en el olvido?
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