Pasado y presente se combinan para arrojar una conclusión definitiva: el régimen obradorista no se irá del poder por las buenas. A juzgar por la historia política del caudillo –quien nunca ha aceptado una derrota electoral y cuyo grupo se ha enquistado hegemónicamente en cualquier lugar que ha gobernado–, es realmente difícil imaginar que competirá limpiamente y que cederá la banda presidencial a la oposición en caso de perder. Es por ello que ha puesto en marcha una estrategia antidemocrática a desarrollarse en tres etapas.
Hace muchos años que vivimos ya en la primera etapa, el preámbulo. Consiste sobre todo en la intromisión cotidiana y sistemática del gobierno en las campañas, del uso de recursos públicos y mediáticos para la promoción de la candidata oficialista, de la presión de todo el aparato estatal en contra de la candidata opositora para intentar descarrilarla y, finalmente, de la captura paulatina de las instituciones electorales antes de la elección.
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