Altagracia o los radicales
Altagracia Gómez es la figura más deseable de una ¿contradicción?
El personaje más estrambótico del segundo piso de la transformación es sin lugar a duda Altagracia Gómez, una muñeca no sé si de Willy Wonka o de Lewis Carroll. Me refiero, por supuesto, a su estética. Imposible no deslumbrarse con sus carísimos trajes rosas y sus moños coquette de arte rococó.
El contraste no sólo es el color de su indumentaria frente al guinda morenista. Es sobre todo que se trata de una nepobaby, como los propios obradoristas se refieren a los herederos privilegiados de la oligarquía, a los cachorros del nepotismo, cuyo éxito se debe exclusivamente a su fortuna heredada, a las conexiones de los padres, y nada o muy poco al mérito personal.
En este caso, el contraste es aún más ruidoso bajo los propios estándares del movimiento. Se trata de una nepobaby ni más ni menos que del salinismo profundo, cuyo padre –Raymundo Gómez, exsenador del PRI– se enriqueció con la privatización de la paraestatal de harina Miconsa (ahora Minsa), una de esas fortunas producto del saqueo neoliberal.
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