Estimados lectores, esta es la última columna del año, por lo que quiero cerrar con una nota especial. Casi nunca cuelo lo personal a la discusión: desde joven estudiante detestaba esos reportajes de Jorge Ramos cruzando la frontera nadando, donde el protagonista era él, eclipsando la nota. Lo mismo le pasaba a Aristegui, no tanto con la acción frente a las cámaras, sino con las tramas y telenovelas en su contra, donde ella se volvía la noticia. Yo, desde luego, no tengo esos reflectores, por lo que no corro semejante riesgo de distraer. Pero de todas formas intentaré rescatar la dimensión pública de lo que quiero contarles, para que al menos sea de cierta utilidad.
Este año estuve muy cerca de la muerte, realmente cerca. Incluso me despedí de mi familia y de algunos amigos en el hospital. Fue la experiencia más extrema que he tenido, y eso que una vez estuve detenido por el grupo terrorista Hezbolá a las afueras de Beirut, otra vez me perdí en el desierto de Siria y otra más me secuestró la policía en México. Pero nada como estar a escasos milímetros del otro lado. Nada como, de hecho, despedirse.
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Mi aventura mística salió en más o menos 15 millones de pesos. Afortunadamente el seguro cubrió la totalidad, porque de otro modo habría dejado a mi familia en la bancarrota. Apenas un año antes, al pasar de los 39 a los 40 años y subir en el tabulador de edades y primas, la póliza se incrementó 30%. Estuve a punto de cancelarla. De hecho, la cancelé. Fue mi madre quien, con una lucidez entera, me dijo que cómo se me ocurría hacerlo en el México de Obrador, donde ya nunca se sabe. Tenía razón. No idealizo a los seguros privados —he escuchado demasiadas historias de abuso—, pero en mi caso funcionó muy bien y sólo pagué un deducible y un coaseguro muy menores.
Lo anterior enlaza con la siguiente idea. Muchísimas enfermeras del hospital privado dobletean turno en el público, sobre todo en el Hospital General de Cancún. Todas me dijeron que ahí me hubiera muerto. Sencillamente no hay ni las medicinas ni son posibles los procedimientos que me estaban proveyendo. Me dijeron que le hubieran mentido a mi familia, como a tantas otras, diciéndole que simplemente no aguanté, cuando en realidad hubiera sido por escasez, desabasto, condiciones deplorables y corrupción. Y que cuando iba López Obrador —y ahora Sheinbaum— hacen toda una simulación para la visita: desde pintar el hospital y arreglar las goteras, hasta surtir medicinas y aparatos para la galería, pero que todo es un montaje y que a las pocas semanas regresa el infierno.
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Hablando de esa gran mentira, como ustedes saben, quedé con una parálisis facial temporal. Se corrige con terapia y medicina, pero eso no ha impedido que muchos obradoristas estén celebrando que el “karma” me haya dejado así “para siempre” por “fascista, clasista y racista”: así le dicen a los críticos, y de eso me acusaron varias veces en la mañanera. Con esa lógica medieval destruyeron el sistema de salud y manejaron la pandemia, matando al menos a medio millón de mexicanos, uno de los peores crímenes de nuestra historia. Ahora tengo toda la intención de documentar mi mejoría para desafiar el pensamiento premoderno que nos gobierna, aunque no logre mucho, pues mi parálisis facial se cura, pero la estupidez está condenada.
El cuarto apunte tiene que ver con ustedes y con este modelo. Si pude sostenerme fue gracias a su generosidad. No falló Disidencia semana a semana gracias a la ayuda de mucha gente cercana a la que le dictaba, que posproducía, que editaba y publicaba. Creo que ustedes ni se dieron cuenta. Sin embargo, fue gracias precisamente a su suscripción, que pude seguir adelante en el peor momento. He trabajado en medios mexicanos antes y créanme que pocos tolerarían una incapacidad. Por eso, volviendo a la dimensión pública, he insistido tanto en que la suscripción es un salvavidas para periodistas y comunicadores que tienen que habérselas con la censura, el crimen organizado, los dueños de los medios, los salarios miserables y el poder. No es fácil: hay que picar piedra y ser pacientes. Pero nunca nada que vale la pena es gratis y, a cambio, uno adquiere la libertad completa. Uno se debe a sus lectores —como yo a ustedes— y nada más.
Por último, les deseo una muy feliz Navidad y próspero año nuevo. No me refiero al cliché de las fechas ni quiero aventar frases huecas. De verdad les deseo un renacimiento, porque no sólo está feo el mundo y buena parte de la resistencia consiste en mantener espacios sagrados y no dejar entrar al miedo —por eso ahora los dejo descansar un poco—, sino que me di cuenta que la muerte sí es real, que sí existe, y que en cualquier instante se acaba todo. Les puede dar risa que apenas me entere de una obviedad, pero los que ya lo sepan coincidirán y los que no, créanme y aprovechen cada respiro. Hasta pronto (si se puede). Y muchas gracias.
Esta columna regresa el jueves 8 de enero.





Que bueno que te vas mejorando, Pablo.
Un Abrazo y feliz navidad.
Un fuerte abrazo 🤗