A la hora señalada
Oponerse abiertamente a esta obscuridad es un imperativo moral, político e intelectual.
En general, es muy difícil ser conscientes del tiempo que vivimos porque estamos en la cancha de juego y no podemos ver el partido con distancia crítica desde las gradas, ni mucho menos sabemos cuál será el desenlace. Es mucho más fácil ver el pasado en grandes bloques de tiempo, organizándolo en nuestra mente en función de sus resultados. Por eso, a toro pasado, todos los pensadores aseveran con total certeza que, si les hubiera tocado vivir en tal o cual oscura disyuntiva, hubieran estado del lado correcto de la historia.
No es cierto. La enorme mayoría de los intelectuales se hubiera entregado dócilmente. Por eso los movimientos de mayorías despóticas han triunfado tantas veces. Al principio, por la sencilla razón de que hacia allá soplaban los vientos de la certidumbre y la comodidad, de que se ofrecían redenciones y soluciones mágicas, de que la retórica del tiempo apelaba al corazón humano, de que había presión social, corrección política y contagio. Y, una vez acaecida la obscuridad, por miedo. Muy pocos –siempre han sido muy pocos– tienen la suficiente claridad e intuición para advertir en tiempo real lo que se avecina, y muchísimos menos la valentía de resistir cuando es demasiado tarde.
No sabemos el devenir final de la obscuridad que ha descendido sobre México, aunque sostengo que esto es lo más cercano que hemos llegado al fascismo. Pero la coyuntura ofrece –quizá como ninguna otra disyuntiva histórica– tres grandes ventajas. La primera es que esa obscuridad no sólo está en el poder ahora mismo y todos los días podemos ver su locura en acción, sino que ha entregado cuentas incontrovertiblemente desastrosas en todos los rubros objetivos y medibles, incluyendo a un millón de muertos en lo que es la peor catástrofe en saldo humano desde nuestra guerra fratricida, la mal llamada Revolución.
La segunda es que esa obscuridad ofrece explícitamente, sin ninguna pena ni recato, continuidad. Ha confesado que pretende todo aquello que en otras disyuntivas históricas hubiera sido acaso invisible en tiempo real. Sabemos que quiere destruir a la Suprema Corte, al árbitro electoral, a las minorías legislativas y a los pocos contrapesos que nos quedan, además de ampliar el militarismo y continuar con la división demagógica entre pueblo y apátridas.
“Todos los pensadores aseveran con total certeza que, si les hubiera tocado vivir en tal o cual oscura disyuntiva, hubieran estado del lado correcto de la historia.”
Y la tercera es que, a pesar de los múltiples intentos de destruirla, aún queda en pie una muy endeble democracia. Todavía podemos votar. Sabemos que la obscuridad no respetará resultados adversos, pero al menos todavía tenemos la posibilidad de cruzar boletas y después defenderlas.
La coyuntura nos está dando una última pero muy clara oportunidad de posicionarnos, en tiempo real, en contra de la obscuridad. Una oportunidad que otras voces públicas del pasado, en otras disyuntivas a punto del crepúsculo, hubieran deseado. Sabiendo todo esto, es un imperativo moral, político e intelectual usar esta oportunidad para respaldar pública y explícitamente a la única oposición viable. No hacerlo es rendirse a la hora señalada de nuestra democracia.
Nadie en su sano juicio puede defender lo que hoy pasa en este país; herencias o impotencias, la muerte desfila; la inseguridad también; la militarización ronda; la insalubridad también, tanto física como ambiental. Si esto no fuera así no habría explicación para la contienda más violenta que nos ha tocado vivir; y no me refiero a la atribuida a la delincuencia, sino a la violencia verbal que nos quiebra en bandos de intolerancia. De votar y de callar, he sido responsable y en muchos sentidos por ello cómplice. Es la primera vez en mi vida de votante que lo hago con plena convicción, me entusiasma Xóchitl, lo que esto nos significa a las mexicanas; me entusiasma su origen que no es el mío, pensando en términos de interseccionalidad, su caso me suscita admiración plena. Que Xóchitl se abra paso a la presidencia sería doblemente significativo para la inclusión y la aceptación plural de lo que somos; por el contrario, su contrincante es autoritaria pero sumisa, mujer pero masculina; de clase acomodada pero acomodaticia; de huipil pero Sheimbaum. En todo caso carece de la naturalidad que a la otra le sobra. Por ello me extraña que algunas feministas la apoyen; para mí su falta de independencia es una traición. ¡Hay que votar! Gane quien gane, el resultado será lo que nos merecemos como país. Una sociedad que no es reflexiva y se deja llevar por manipulaciones, o una sociedad que sabe que los gobiernos están para servirnos y no para servirse. Están los muy pobres que, nos guste o no, escuchan a MORENA porque por años no se les tomó en cuenta. AMLO los traicionó, pero al menos les cuenta cuentos. No podemos ignorar a nadie. Están los izquierdosos nostálgicos, para quienes el empaque pesa más que las evidencias; aquellos que hacen de la política una moda o un fanatismo. Esos argumentan ser de izquierda con un gobierno que no lo es, un señuelo como la galleta que oculta el amargo "remedio". Este gobierno se ha encargado de enriquecer más a la oligarquía; roban aún más. AMLO es un indolente plagado de ambición y Claudia, una copia. Los argumentos para defenderlos son falaces. La candidata opositora está apoyada por los partidos tradicionales. Pero, ¿qué le quedaba? De otra forma no hubiera tenido oportunidad. El mismo argumento no lo miran cuando se trata de juzgar a Morena, que ha alojado a tantos priistas y panistas como la oposición, unos que alguna vez llamaron traidores y que hoy son paladines de la justicia, como Zaldívar y Bartlett. Todo político en este país ha militado en esos partidos en algún momento. Esto trabaja como la fe; ya le dimos seis años. Los indicadores que no se alinean con “los otros datos” muestran nuestra triste decadencia. Pero la fe inquebrantable hace pensar a los Morenistas que un megalómano que siempre es la figurita en el pastel los mira desde su palacio, sin notar que cada día nos acerca más a su rancho. Como feminista, no puedo admirar a una réplica que por omisión recibe órdenes. Si gana Xóchitl, al día siguiente la estaré juzgando como lo he hecho siempre, con el mismo rigor. Hay una enorme deuda política en este país y la pagaremos todos tarde o temprano. La figura hoy es un niño que grita "¡No me quiero morir!", o las fosas repletas de cuerpos, mientras desde el palacio el presidente clama: "¡Todo es contra mí!". El personaje de Erma Cárdenas inspirado en la realidad se llama María Teresa de Landa y de los Ríos, María Teresa de Landa y Ríos, María Teresa Landa y de los Ríos, María Teresa Landa y Ríos o María Teresa Landa Ríos, la Viuda Negra, tiene varias actas de nacimiento; varias “transformaciones” y “heridas” y una sola búsqueda, la de ser una mujer educada y libre. “…nuestra única realidad es la que nosotros inventamos”. Nos dice la autora en algún momento. “María Teresa nunca será feliz. Llevará los barrotes por dentro. Ella sola pagará por muchas otras”. ¿Lo seremos los mexicanos? ¡Podremos inventar nuestro futuro? En el México de hoy, por vez primera habrá una presidenta y habrá que asumir las consecuencias.
Acabo de concluir la lectura de una novela: La asesina inocente de Erma Cárdenas. Me resulta imposible escribir mi opinión política al margen de mi entusiasmo literario; me es improbable poder escribir una reseña de la novela sin incurrir en mis pasiones políticas. No puedo, siendo justos, descalificar otras visiones y opiniones porque la propia es producto de mi clase, de mi tiempo, en fin, del relato que llamamos persona. La novela de Cárdenas relata la historia de María Teresa Landa, que fuera la primera Miss México y que asesinó a su marido. Metáfora de un país que se desgarra entre el pasado y el futuro; entre supuesta derecha e izquierda; entre putas y liberadas. En consciencia de ello me expreso.
He intentado comprender, a la luz de la hija y esposa de priístas que fui, la defensa de muchos a la mala gestión de Morena. Esta afirmación no es impresionista; nadie en su sano juicio puede defender lo que hoy pasa en este país. Herencias o impotencias, la muerte desfila; la inseguridad también; la militarización ronda; la insalubridad también, tanto física como ambiental. Si esto no fuera así, no habría explicación para la contienda más violenta que nos ha tocado vivir; y no me refiero a la atribuida a la delincuencia, sino a la violencia verbal que nos quiebra en bandos de intolerancia.
Confieso que muchas veces voté porque suponía la oportunidad laboral para la familia, pero nunca defendí a ningún funcionario o presidente como si fuera un dios; es más, tenía el pudor de permanecer callada. De votar y de callar, soy responsable y en muchos sentidos, por ello cómplice. Liberada de los priísmos y con deseos idealistas, desperdicié eso que llamamos voto útil. Cuando se es joven, el ego pesa y es difícil pensar en el grupo y en el futuro. De ello también he sido culpable.
Es la primera vez en mi vida de votante que lo hago con plena convicción. Me entusiasma su género, que es el mío, y lo que esto nos significa a las mexicanas; me entusiasma su origen, que no es el mío, pensando en términos de interseccionalidad he sido favorecida al nacer en clase media. Me entusiasma su discurso aunque raya en lo populista pero ¿qué le queda en el mundo del espectáculo de la arena política de hoy? Su caso me remite a la admiración plena. Que Xóchitl se abra paso a la presidencia sería doblemente significativo para la inclusión y la aceptación plural de lo que somos. Por el contrario, su contrincante me resulta autoritaria pero sumisa, mujer pero masculina; de clase acomodada pero acomodaticia; de huipil pero Sheinbaum. En todo caso, carece de la naturalidad que a la otra le sobra. Por ello me extraña que algunas feministas la apoyen; para mí, su falta de independencia es una traición.
¡Hay que votar! Gane quien gane, el resultado será lo que nos merecemos como país. Una sociedad que no es reflexiva y se deja llevar por manipulaciones, o una sociedad que sabe que los gobiernos están para servirnos y no para servirse. Están los muy pobres que, nos guste o no, escuchan a Morena porque por años no se les tomó en cuenta. AMLO los traicionó, pero al menos les cuenta cuentos. No podemos ignorar a nadie. Están los izquierdosos nostálgicos, para quienes el empaque pesa más que las evidencias; aquellos que hacen de la política una moda o un fanatismo. Esos argumentan ser de izquierda con un gobierno que no lo es, un señuelo como la galleta que oculta el amargo "remedio". Este gobierno se ha encargado de enriquecer más a la oligarquía; roban aún más. AMLO es un indolente plagado de ambición y Claudia, una copia. Los argumentos para defenderlos son falaces.
La candidata opositora está apoyada por los partidos tradicionales. Pero, ¿qué le quedaba? De otra forma, no hubiera tenido oportunidad. El mismo argumento no lo miran cuando se trata de juzgar a Morena, que ha alojado a tantos priistas y panistas como la oposición; unos que alguna vez llamaron traidores y que hoy son paladines de la justicia, como Zaldívar y Bartlett. Todo político en este país ha militado en esos partidos en algún momento. Esto trabaja como la fe; ya le dimos seis años. Los indicadores que no se alinean con “los otros datos” muestran nuestra triste decadencia. Pero la fe inquebrantable hace pensar a los morenistas que un megalómano, que siempre es la figurita en el pastel, los mira desde su palacio, sin notar que cada día nos acerca más a su rancho. Como feminista, no puedo admirar a una réplica que por omisión recibe órdenes. Si gana Xóchitl, al día siguiente la estaré juzgando como lo he hecho siempre, con el mismo rigor. Hay una enorme deuda política en este país y la pagaremos todos tarde o temprano.
La figura hoy es un niño que grita "¡No me quiero morir!", o las fosas repletas de cuerpos, mientras desde el palacio el presidente clama: "¡Todo es contra mí!".