100 años de El gran Gatsby
La Gran Novela Americana de Scott Fitzgerald es un romance trágico.
Este 2025 se cumplieron cien años de la publicación de una obra que sin duda puede competir por el título de la Gran Novela Americana. Esa competencia en la que, de acuerdo con Martin Amis, participan secretamente todos los novelistas estadounidenses. Me refiero, por supuesto, a El Gran Gatsby. Van dos veces que escribo la palabra “gran” (ya tres) en esta reflexión. Quizás sea inevitable al hablar de Estados Unidos. El filósofo menos americano de la historia, Martin Heidegger, imputaba a esa isla-continente el defecto mayor del gigantismo.
Tengo para mí que Francis Scott Fitzgerald siempre tuvo la intuición de que vivía al inicio de una enorme aventura republicana y romántica. Que habitaba la tierra de Walt Whitman: una democracia joven, que contenía multitudes y que estaba a punto de imprimir su notable huella en el planeta.
En un sentido especial, Gatsby representa los sueños románticos de un país que mira hacia la luz verde de la mansión donde habita su amada Daisy: el eterno femenino lleno de vitalidad e ingenuidad.
Para un escritor —o para alguien que piensa que ser escritor es la mayor aventura de la vida— El Gran Gatsby no versa en realidad sobre Gatsby, sino sobre su narrador: Nick Carraway. El mayor logro de Fitzgerald en esta novela es haber encontrado la voz con la que iba a narrar su tragedia. Carraway es, indudablemente, el único hombre capaz de contar la historia de Gatsby.
Suscríbete por menos de $20 pesos a la semana y recibe podcast, plumas invitadas, columnas y conversatorios en vivo sin publicidad ni censura.
¿Y quién es Nick Carraway? Es el espíritu que puede reconocer en Gatsby “some heightened sensitivity to the promises of life”, y en Daisy a la joven que, cuando te mira, te hace sentir como si fueras la persona más interesante del mundo.
Todo lector experimentado sabe que un buen escritor esconde su mensaje final en todos sus personajes. Así, Fitzgerald también tiene algo de Tom Buchanan, la pareja formal de Daisy, que le es infiel con una mujer al margen de la civilización, si entendemos por civilización a Manhattan o sus suburbios ricos, donde habitan él, Daisy y el misterioso vecino Gatsby.
Pero Tom Buchanan es también el fornido exjugador de fútbol americano de su colegio. Los eruditos sobre la vida de Fitzgerald han descubierto que, quizás, su último escrito fue sobre fútbol americano y que, en Princeton, solía hablar por teléfono en la madrugada con el coach del equipo para recomendarle jugadas que se le habían ocurrido. Fitzgerald admiraba a los deportistas y a los millonarios porque éstos eran los arquetipos de todas las posibilidades.
Sabedor de que Fitzgerald era un novelista lírico y gran lector de poesía, el crítico Harold Bloom comparó secciones de El Gran Gatsby con la poesía de John Keats. Los paralelismos son inobjetables. Más interesado en el drama de los personajes, yo encuentro afinidades entre El Gran Gatsby y la película Casa Blanca.
Rick Blaine y Jay Gatsby se encuentran habitando un mundo después de haber experimentado el gran amor con dos mujeres inolvidables. Ambos tendrán la oportunidad de reconquistarlas, pero no podrán quedarse con ellas. Los dos se sacrificarán por ambas y por su ideal. Blaine vivirá para ver el triunfo de una causa justa, pero Gatsby será ultimado por una bala vengadora. Es Nick Carraway, sin embargo, quien tiene la última palabra:
“And so we beat on, boats against the current, borne back ceaselessly into the past.”
Nunca olvidaremos la luz verde que nos promete el rostro de Daisy.
*Ángel Jaramillo es periodista, ensayista e historiador de las ideas políticas.